A aprender todos…¡llego la inflación!

VALORES – ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO III – N° 155.

A los participantes en una reunión donde los instruían sobre como ejercer su sagrado derecho al paro y la rebelión, les decían que la “inflación” era como una hinchazón que no les permitía obtener los bienes y servicios a que tenían derecho. Para eso el “chamán” muy acertado, los reunía y les recetaba para curarla, algo así como un purgante: Destruir todo lo que fuera necesario para acabar con ella, (así como con los parásitos) para quedar limpios y poder progresar. Las madres de los efectivos revolucionarios aspirantes a cambiar las cosas, se entusiasmaban y prometían ayudarlos, apoyándolos para que pudieran conformar la primera línea de ataque contra las cosas que causan la infección que produce la inflación: las obras del gobierno. El transporte público, las estatuas, las ambulancias, los puertos, las urbanizaciones de los ricos, en fin… La enseñanza ha progresado mucho. Hace unos lustros a la gente le enseñaban que su situación era difícil porque quien estaba en el poder no repartía, pero con los nuevos candidatos a gobernar, tendrían muchas latas de zinc, bolsas de cemento, tamales y ladrillos y como muestra, a quienes asistían a la concentración les hacían estos obsequios, además de refrigerios. A la gente pretendían enseñarle que era necesario ayudar a preservar las cosas, cuidarlas, reunirse y hacer esfuerzos conjuntos para tener un barrio más bonito, o mantener el parque, o proteger a los visitantes, o ayudar a los niños a llegar a las clínicas en caso de requerir atención urgente. Hoy en día les enseñan sobre inflación como el mal a vencer y que sus causas son las obras públicas y por tanto hay que destruirlas para progresar, y que la gente que conozca y apoye este nuevo aprendizaje, será quien estará mejor aunque los ricos se opongan. Conozco un pais donde el ilustre gobernante como práctica de su enseñanza les regalaba dinero a los padres de las asistentes en edad reproductiva, si se comprometían a tener más hijos y ponerlos al servicio de la revolución. Definitivamente la educación ha progresado mucho. Los programas de enseñanza, métodos y maestros también han cambiado bastante. Otro líder les pedía a sus alumnos que lo apoyaran destruyendo todo porque así El podría llegar al poder y regalarles muchas cosas. Por cierto no sé qué pasó con El. No sé si su asociación de profesionales de la enseñanza lo escondió para no someterlo a la presión de tantos alumnos y sus madres exigiéndole su preciado ejemplo.   

Lo que sí es un hecho destacado, es que la palabrita “INFLACION” como parte del léxico electoral, de la última década se ha convertido en una tremenda herramienta de enseñanza a los electores. Todos los candidatos tienen la cura contra la inflación. Nadie tiene porqué padecerla. Todos nos podremos librar de ella, y prácticamente sin ningún esfuerzo. Simplemente apoyando el candidato más simpático de todos los que ofrecen su receta a un costo muy bajo: “tu voto”.   

Pensando un poco en este tipo de convocatorias en las jornadas electorales de las que estamos siendo testigos, me puse a investigar un poquito sobre un terreno que no es mío. La famosa “INFLACION”. Reconozco que soy un poco testarudo para algunas cosas y me parece difícil aceptar que la culpa de la pobreza son las obras construidas con el dinero de todos los contribuyentes, incluidas las estatuas de hace años, como las de los fundadores de las ciudades o la de quien trajo los primeros exploradores de otro continente que no sabíamos existían. Espero no entrar en profundos temas filosóficos.

Entiendo que, si uno puede obtener algo, producto de su esfuerzo, con ese producto puede satisfacer otras necesidades, bien sea con el trueque directo como proponía un vecino revolucionario visionario hace unos pocos años, o utilizando el dinero como mecanismo de cambio. Si necesito un diamante para satisfacer una necesidad, probablemente debo esforzarme bastante para poder obtenerlo porque existen pocos en el mundo y es muy dispendioso extraerlo. También entiendo que si yo juego futbol y lo hago mejor que otros, bastante gente va a querer pagar por verme jugar y por tanto yo voy a tener bastante dinero para satisfacer mis necesidades. Si yo debo obtener leche para mis hijos, entiendo que debo dedicar parte de mi esfuerzo a ello y que si deseo que crezcan y tengan oportunidades, debo dedicar parte de mi esfuerzo a su formación. Si las vacas que producen están muy lejos tendré que caminar mucho para obtenerla o esforzarme para “pagarle a alguien” el esfuerzo de suministrármela. Hasta aquí creo que entiendo que todos tenemos necesidades por satisfacer en mayor o menor grado. En otras palabras, somos la demanda de bienes y servicios. Por otro lado, esos bienes, productos o servicios son suministrados por otros. Son quienes constituyen la oferta. En alguna oportunidad cuando el rebaño de vacas sufre una enfermedad y se reduce su número, la oferta de leche se reduce y cada uno tiene que hacer un mayor esfuerzo para no quedarse sin ella. En la medida que se necesite más leche (Demanda) y haya menos vacas (Oferta), el esfuerzo a pagar (Precio) será mayor. Eso es la INFLACION. Cuando eso sucede, nadie se salva de ella. Para obtener algo, cada uno debe pagar precios más altos.

En las plazas públicas y especialmente en época electoral, con sus sesudas investigaciones los candidatos siempre tienen una solución: Ayudar a todos con el esfuerzo para que puedan satisfacer sus necesidades, repartiéndoles más dinero, para comprar más leche. También prometen ayudar manejando el precio, obligando a los dueños de las vacas a que lo reduzcan y si no lo hacen se las decomisan y las maneja el candidato que si sabe cómo dictar un decreto para fijar un precio bajo.

Recuerdo un popular mandatario de un pais vecino cómo se fijó “las misiones” de repartir dinero. Además esa brillante solución se vio reforzada con la desaparición de los rebaños de vacas porque pertenecían a personas ricas y no era justo, había que impedirles que continuaran enriqueciéndose produciendo alimentos. Les quitaron las empresas para hacer justicia. Con la ayuda de un próspero filántropo superó todos los obstáculos y empezó a repartir alimentos directamente, hasta hacer desaparecer la inflación, haciendo desaparecer la moneda local.

Otra solución integral que he oído últimamente de otro candidato a pasar a la historia es imprimir mucho dinero para que alcance para repartirle a todos, complementado con impedirle la producción a los empresarios para que sus tierras y empresas se devalúen y tengan que venderlas a precio muy bajo o “entregarlas” al candidato para que El si las administre bien cuando sea primer mandatario.

También he oído que, como parte de la solución, al día siguiente si es elegido, eliminará los contratos de exploración que tratan de aprovechar las reservas petroleras de un pais que no llega ni al 1% de la producción mundial, antes de llegar el cambio energético.

Otro dice que eliminará al día siguiente la inflación prohibiendo la inmigración que compite con los locales y no los deja generar ingresos.

Creo que en mi irreverencia y soberbia debo estudiar más, porque me parece que no veo que esas aparentes soluciones estén dando los resultados de felicidad del pueblo, controlando la frustración que produce la inflación, al  tener cada vez menos capacidad adquisitiva con el mismo esfuerzo.

Creo que debo estudiar más a ver porqué los “especialistas” candidatos no promueven aumentar la oferta como un camino para que haya más producción, empleos y bienestar, disminuyendo la carga impositiva a las empresas generadoras de riqueza, disminuyendo la permisería, dejando trabajar las leyes del mercado y promoviendo el emprendimiento, la formación, la innovación y el respeto por los derechos de los demás, la propiedad privada y el premio al esfuerzo.   

Recuerdo cuando era niño y acompañaba a mi abuela al mercado en Maracaibo. Tomábamos un “carrito” por puesto y además de esa comodidad, superior y más costosa que el autobús, si me portaba “bien» y había estudiado en mi heredada cartilla “Alegría de Leer» o Coquito o Nacho, me premiaba con un “cepillao». Mi abuela me enseñaba que había que premiar el esfuerzo, “hacer rendir la plática”, que había que cuidar los zapaticos de salir y cambiarlos al llegar por las cotizas, que había que “cuidar la ropita» y “no desperdiciar la comida». Mi abuela no había estudiado. Probablemente por eso los consejos. Hoy los estudiosos analistas nos indican que se debe impulsar el crecimiento económico: se debe comprar muchos pares de zapatos, se debe manejar el carro en promedio unas 15.000 millas al año, se debe desperdiciar alrededor del 17% de los alimentos después de producidos, se debe cambiar cada año la ropa por la nueva colección, se debe utilizar productos desechables y mucho material de empaque y hacer llegar las cosas de un día para otro para satisfacer nuestras necesidades, y que las fábricas de plástico deben trabajar sobre el 90% de su capacidad. En otras palabras, el mundo debe funcionar a toda velocidad con el apoyo de la tecnología para satisfacer nuestras necesidades y poder ser felices. Algo así como una espiral ascendente de consumo, demanda, oferta, desperdicio, aumento de oferta y nuevamente más consumo. Algo parecido a las famosas “pirámides” para obtener dinero, que fueron prohibidas porque no eran sostenibles y terminaban estafando a los incautos.

En mi ignorancia pienso que últimamente, después de hablar con algunos amigos, indudablemente una muestra no representativa, llego a la conclusión que no sé qué hacer. Me acuerdo de las enseñanzas de mi abuela y mi madre, pero pienso también en la necesidad que el mundo crezca y sobreviva imprimiéndole cada vez más velocidad. ¿A que ritmo crecer? ¿8% a toda velocidad confiando en que siempre encontraremos respuestas? ¿ O a 1 % a menos velocidad y corriendo menos riesgos? ¿La inflación resultante con cualquier tropiezo, o mala conducta de un “vecino”, o desastre natural, podría ser menos propensa a aparecer y causar un gran daño, a más velocidad, o a menos velocidad?

Me hace falta una nueva cartilla para aprender principios básicos de economía, pero también de convivencia. También creo que necesitamos un manual de actuación en caso de emergencia. Algo así como qué hacer cuando sufres un pinchazo en tu carro a 140 kmts. por hora. ¿Qué hacer por ejemplo cuando una epidemia “enloquece” o mata la mitad de las vacas o cuando un pueblo y su “guía» escogido, decide invadir a su vecino y poner en peligro el trigo y la cebada del mundo, la capacidad de producir plástico, la capacidad de producir cables para hacer carros nuevos, o la capacidad de alimentar 600 millones de personas? Creo que muy humildemente debemos solicitarle ayuda a los expertos.

¿Quienes deberían escribir esas nuevas cartillas de valores, e instrucciones de emergencia?  ¿Economistas, Políticos, Sociólogos? o… “Consejo de Ancianos de la Tribu»? Lo que sí parece necesario, es que sean leídas por todos si queremos mantener el mundo funcionando.

Espero con estas cortas reflexiones no haber distraído y quitado el tiempo, a alguien ocupado en tratar de imprimir más velocidad al mundo.  

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