Cinco hechos sobre la naturaleza del estado

UBIRATAN JORGE IORIO – EL CANDIL – AÑO IV – 189.-


Desde que el hombre descubrió la posibilidad de vivir en sociedad, se dio cuenta de que se encontraba necesariamente ante un dilema: utilizando la metáfora de Homero, debía oscilar entre la Escila del aislamiento, que le garantizaba la libertad total, aunque incompatible con la división del trabajo y, por tanto, limitando el progreso, y la Caribdis de la vida grupal, que restringía su libertad, pero generaba beneficios innegables, proporcionales a su capacidad y determinación. La fórmula encontrada para conciliar el dilema fue crear una especie de acuerdo o consenso comunitario, que implicaría la cesión de parte de su libertad, a cambio de garantías de derechos individuales básicos, para que los más fuertes, inteligentes, capaces y perspicaces pudieran No dominar a los más débiles, necios, incapaces y estúpidos, lo que redundaría en la concentración del poder en manos de unos pocos.

Este es, en definitiva, el origen del Estado y de su brazo ejecutivo, el gobierno: para evitar que alguien, o cualquier grupo, se convierta en opresor de otros, la sociedad empieza a aceptar la existencia de un Estado teóricamente neutral, equidistante y preocupados por velar por los intereses de todos, por el bien común de los ciudadanos. Hermosas palabras, sin duda, ya mucha gente le resulta muy hermoso calificar este acuerdo tácito como un contrato social. Sin embargo, si te tomas la molestia de buscar en internet en todas las notarías, dudo que encuentres este documento escrito, con firmas y firmas notariadas.

Si bien siempre ha existido la forma de conciliar el dilema antes mencionado, la hipertrofia que ha experimentado el Estado, especialmente a partir del siglo XX, lo ha hecho, nacer para prevenir un mal -el de la concentración del poder en manos de media docena de individuos, – terminaría por producir otra, mayor, la de la concentración del poder -político, económico y cultural- en sus propias manos. Los liberales clásicos y las monarquistas no defienden que el Estado no deba ser “fuerte”, pero para eso, paradójicamente, el alcance de sus poderes debe ser severamente limitado, ya que su ethos no puede separarse de la defensa de la libertad individual responsable como un bien natural. activo vinculado al derecho supremo a la vida, lo que nos lleva a defender el papel que debe jugar el derecho para garantizar la libertad y los derechos de todos. La esencia de la visión hayekiana del Estado es que debe contenerse, en lo posible, limitarse al mantenimiento de las instituciones (como el Poder Judicial, por ejemplo) y las reglas que rigen su administración deben establecerse como normas generales de conducta justa. Cuando los mandatos u órdenes prevalecen sobre el derecho negativo -el derecho consuetudinario- los ciudadanos se convierten en servidores del Estado y caen en lo que él llamó el camino de la servidumbre.

Teniendo en cuenta esta necesidad de moderación en el poder, es importante reflexionar sobre cinco puntos en relación con la naturaleza del Estado:

(1) la tesis de que “nosotros somos el gobierno”, por el poder de nuestro voto, es en la práctica cuestionable y en realidad contiene una fuerte veta retórica.

(2º) el Estado no es una asociación voluntaria, como un club o un sindicato, sino una organización que busca mantener el monopolio del uso de la fuerza en un área territorial determinada.

(3º) tampoco lo es la noción un tanto mística de que el Estado es una gran “familia humana”, que se reúne los domingos en torno a la mesa del almuerzo para solucionar los problemas de todos: de hecho, podemos verlo como un cauce legalizado para la apropiación de la propiedad privada, institución natural fundamental anterior a su misma creación.

(4º) la idea, ingenuamente difundida, por ejemplo, entre los llamados economistas, políticos e intelectuales progresistas, de que el Estado, siempre que interviene en la economía y en nuestras vidas, está motivado por buenas intenciones y “motivos superiores” es falaz, corrigiendo los defectos del mal mercado y preocupándose por el bien de todos.

(5º) el Estado está compuesto por seres humanos y, por tanto, refleja sus debilidades, incluida la de estar más interesado en asuntos de ámbito particular y en la conservación del poder que en la búsqueda del bien común.

Por estas razones, que considero -además de la ingenua credulidad y la necesidad de negarlas para conservar o conquistar el poder- son indiscutibles a la hora de describir la naturaleza del Estado, las instituciones deben ser conformadas con el objetivo de garantizar la contención de su poder. . . Invito al lector a reflexionar sobre lo escrito anteriormente y creyendo que llegará a la conclusión de que el Estado no es nuestro dueño, ni nuestro padre, ¡es nuestro servidor! El día que logremos difundir esta simple observación, mostrando cómo el mecanismo del poder restringe nuestras libertades, podremos comenzar a dibujar el mundo al que aspiran las personas buenas que valoran la vida, la libertad y la propiedad.

*Artículo publicado originalmente en el blog del autor.


NOTA DEL EDITOR: Artículo publicado en la página del «Instituto Liberal» de Brasil con autorización de sus administradores para ser compartido en «El Candil».



Ubiratan Jorge Iorio
Ubiratan Jorge Iorio

Economista, presidente del Consejo Académico del Instituto Mises Brasil y profesor asociado (retirado) de la Uerj.


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