Por Simón Petit

Uno siempre tiene un amigo a quien considera loco o al menos no común a lo que se acostumbra vivir. Cuando éramos muy jóvenes, Carlos Quintero siempre demostró que tenía habilidades para hacer cosas que no pasaban por nuestra mente.
Por ejemplo robarle el carro a su mamá a los doce años e irse a un terreno detrás de la avenida siete para hacer trompitos en un Wolkswagen 69 y tratarlo como si estuviera en una competencia de autocross, montando ramplas de madera sobre unas piedras y saltando un montón de escombros que previamente colocaba su colaborador más cercano de esas locuras, Elisaúl Osteicochea (Panqué).
Por otro lado, se la pasaba hablando al revés, y hubo un momento en el que nos contagió y todos comenzamos hablando así. Llegó la hora en la que como grupo, sentados en la esquina del Gocho Medina, lo hacíamos para que no entendieran qué hablábamos cuando alguien se acercaba.
Entonces venía a comprar a la bodega una vecina que estaba buenísima, Coromoto, que usaba unos ajustadísimos shorts flexibles donde se veía su prominente y carnoso sexo, y empezábamos a decirnos “ñoco derbro, sae jaraca taes rapa charlee nu nbue vopol doto le aíd onc ese llobo nat cori”. Por supuesto, quien hablaba sin enredarse y a toda velocidad era Carlos.
Pero fue Hugo Petit, el Lobo, quien lo bautizaría como Colotordoc (que es Doctor Loco al revés) tomando como referencia el personaje de una comiquita de la televisión (el Gato Félix) que en ese momento se transmitía porque Carlos hacía experimentos con sustancias químicas, físicas y con animales.
En una oportunidad Carlos, puso en una mesa distintos frascos de mayonesa y los llenó con líquidos que no sabemos dónde los consiguió, entre ellos, químicos que combinados creaban una situación peligrosa no solo para él sino para quienes estábamos cerca viendo lo que hacía.
Tenía puesta su bata de laboratorio, la que usábamos en las prácticas del liceo y se lo tomaba muy en serio, como si de verdad fuese un químico que estaba por descubrir un hallazgo que ni él mismo sabía que iba a encontrar.
Entonces recuerdo que comenzó a mezclar entre ellos algunas proporciones en las que poco a poco iba probando a ver qué pasaba. Uno de esos frascos comenzó a reaccionar por la combinación con bicarbonato de sodio y otro elemento, De pronto hubo una reacción como si un geiser erupcionara en ese momento quedando, como registro de tal locura, una mancha marrón en el techo.
En una temporada de carnaval, Colotordoc sabía que el autobús escolar pasaba por la calle 2 a una hora exacta y llenaba las bombas con agua y aceite, orine, pintura y también el agua fétida que recogía meticulosamente con una jeringa grande de las sobras de comida que buscaba en las tardes el negro Cheli para sus cerdos en Nuevo Pueblo.
Subía al techo de su casa con una ponchera llena de bombas y nos invitaba a cada cual para que agarráramos un par y nos sentábamos a esperar. En lo que asomaba el transporte nos ubicábamos de manera tal que no falláramos, que las bombas entraran justo por la ventana y mojara a las muchachas que en su mayoría iban descuidadas. En eso estuvimos cerca de una semana, hasta que el autobús desvío la ruta por dos días.
Asumimos que ya tenía otra calle y nos sentamos de nuevo en la esquina como siempre, hasta que al tercer día el autobús llegó y se paró frente a nosotros y de él se bajó el chofer con un grueso cable entorchado de electricidad.
Todos corrimos por intuición, menos Colotordoc. Se quedó paralizado y pensamos en ese momento que el chofer lo iba azotar; pero no: el chofer siguió persiguiéndonos y nosotros lo perdimos hasta que volvimos a reunirnos en la esquina cuando pasó un tiempo prudente.
Allí estaba sentado Carlos Colotordoc, y le preguntamos que por qué no corrió y riéndose nos dijo a mandíbula batiente “el chofer pasó temprano y me preguntó quienes eran los que tiraban las bombas y yo le dije: pasa a las cinco en punto que te los reúno aquí y tú le echás el susto”.
El tipo no nos iba hacer nada, solo corrernos. Un susto para quienes todavía mozalbetes y púberos, éramos el dolor de cabeza de la cuadra. Tiempo después supimos que el chofer era primo de Carlos y también era un Colotordoc.
Punto Fijo-Estado Falcón-Venezuela
28 de septiembre de 2019

Realmente bonitos recuerdos y vivencias…..l LO FELICITO…..!