GUILLERMO DELEON CALLES.- El Candil Pedregalero – Año I – N° 24 – Septiembre 09, 2019.-
Éramos niños y el cielo a cada rato buscaba a ponerse canoso. El calor nos sudaba las miradas, y las calles eran una comunión de rastros antiguos y pasos recién nacidos que podían escalar el Cerro de Carlina y de Mencho o que desembocaban en los barrancos resecos, siempre esperando que, alguna vez, el río le decretara su bautismo.
Hablamos del regreso constante a un pueblo que, gracias a su piel conglomerada, se llama Pedregal y tiene una iglesia centenaria ahora y que, cuando nosotros teníamos la insipiencia de la vida, empezó a mostrarnos una puerta gigante, seguida de un tabique artesanalmente repintado, en donde un clérigo de sotana oscura y aureola resuelta por una luz realmente opaca, se presentaban como San Nicolás de Tolentino.
Queremos estar siempre enmarcados en un 10 de Septiembre. Yo no se en realidad si las campanas en algún momento, llegaron a desgranarse en escándalos metálicos, pero así las recordamos, penetrantes, auspiciadoras de las convocatorias por la fe.
Para nosotros esos días eran domingos, aunque no lo fueran, y de verdad presentíamos que se trataba de lo más majestuoso del mundo, porque Doña Rosenda nos entregaba sus corazones de Pepermin en un pregón rodado entre los árboles despeinados de la plaza o ponía en sus manos la realización de unas banderas azulmente coromotanas, que una vez, tal vez, no se la vez se treparon a las ventanas dos días antes de que un sacerdote, ¿Fuguett??, no lo recuerdo bien, complicara aún más su latín, mientras unos dedos concertaban con los pedales del órgano alguna música que más bien nos parecía creada para funerales.
NOTA DEL EDITOR:Este material fue suministrado por José Gregorio Ramírez Sánchez, editor de este semanario, y publicado primeramente en nuestro grupo hermano «Pedregal, ayer y hoy», en el entendido que fue autorizado por el Poeta Guillermo DeLeón.
