¿Demócrata yo?  Declaración de principios

ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO VI – N° 266.-


Leyendo en estos días sobre algunos eventos que se presentan en la situación política de algunos países de la región y hasta del continente, no se puede menos que pensar en nuestros sistemas de gobierno, la organización del estado y el rol de sus instituciones, pero tal vez lo más importante, las acciones de los miembros de nuestras sociedades. Acciones (u omisiones) muy relacionadas con sus expectativas y experiencias, y los sentimientos, producto de su juicio a las acciones de otros, frente a sus valores.

Qué es bueno y qué es malo, es producto del paso de cualquier acción por el tamiz de las “creencias” de cada uno. Las creencias son el producto de las vivencias. Obviamente las vivencias son diferentes para los seres humanos, que nacen como una página en blanco. Por eso es necesario, para vivir en armonía, y a lo mejor hasta solamente para sobrevivir y no eliminarse, acoplar esas diferentes creencias, y llegar a acuerdos.  Ante la necesidad de mantener un hilo rector, una forma de dirimir diferencias y lograr acuerdos para sumar y no desperdiciar esfuerzos, las sociedades adoptan formas de gobierno. A la fecha, probablemente y con todas las vivencias de los pueblos hasta hoy, se pregona y aparentemente se acepta, por lo menos en el mundo occidental, desde el siglo 18, que la DEMOCRACIA con la participación de toda la población en igualdad de derechos para pronunciarse y elegir a sus representantes, es la mejor forma de gobierno de las sociedades, para buscar el bien común. Atrás quedaron los orígenes griegos y romanos de las asambleas de nobles como punto de partida.

La mayoría se erige como el mecanismo para tomar decisiones, definir planes, adoptar soluciones a problemas y dirimir diferencias, a partir de las creencias aceptadas por esas mayorías y convertidas, de una u otra forma, en reglas o normas de obligatorio cumplimiento.

Adopción de principios como que, nos comprometemos a aceptar y cumplir reglas claras y ciertas, aunque los resultados sean inciertos. 

Inmediatamente surge el pensamiento de la muy conocida y apreciada “Mayoría”, asociada a la Democracia. Y como algo fijado en piedra en la mente de los seres humanos, mayoría se asocia a Justicia, Razón, Verdad, Poder, Normalidad, Belleza y probablemente otras características, virtudes o defectos, que también terminan generalizados.

Pudieran ser ilustrativos algunos ejemplos: Si la mayoría cree que algo es malo, lo es. Si cree que algo es bello, lo es. Si la mayoría cree que algo es justo, lo es. Y probablemente algo de mucho impacto:  lo que piense la mayoría es lo normal, por tanto, debe ser lo aceptado.  Como todo el mundo lo hace, es normal, como es normal, está bien y como está bien, puedo hacerlo.

La mayoría, “de hecho” y no necesariamente “de derecho”, se ha convertido en el mecanismo “aceptado” para manejar situaciones que pudieran para algunos no estar enmarcadas como “aceptables” en sus creencias, y experiencia. Poco a poco hemos ido aceptando como “normal”, ciertos comportamientos que tienen que ver con el incumplimiento de reglas y valores tradicionales aparentemente de poca importancia, pasados de moda o hasta absurdos en la renovación de valores de las sociedades, apelando a la real o pretendida “mayoría”

Nadie tiene la ocurrencia de acordar la construcción de una obra, la compraventa de un bien o servicio, o el empleo de recursos en forma continua, sin la firma de un contrato, (hasta con testigos que lo avalen) que le “garantice” la palabra empeñada y el cumplimiento de los compromisos acordados según las reglas, establecidas por la sociedad para gozar de una confianza “impuesta”.

Anteriormente la palabra era suficiente. La mayoría requería protegerse contra la desconfianza y adopto las reglas y castigos como la solución.

Con adaptaciones como la descrita, no necesariamente positiva, aunque posiblemente pragmática, pareciera que, con el paso de los siglos, la madurez de la democracia debería estar hoy ofreciéndonos resultados que pudieran eximirnos de preocupación asociada a sobresaltos en el manejo de los derechos y obligaciones de las sociedades, por las acciones de sus miembros.

Sin embargo, las sociedades no son estáticas. La velocidad de innovación y desarrollo tecnológico se incrementa día a día. En el mundo globalizado, las relaciones, comunicaciones y transporte, lo mismo que los procesos de manufactura en las cadenas de suministro son cada vez más recursivos. Esa velocidad de evolución tecnológica y empresarial no es gratis. La legislación, fijación de reglas y normas generalmente asociadas a las vivencias no avanza, y es razonable entenderlo, a la misma velocidad que la evolución tecnológica. Indudablemente eso causa “vacíos legales” y tensiones a solucionar sobre la marcha.   

Padecemos más los males de la modernidad que los de la tradición, como reza un reporte de la UNESCO (Alain Turaine 9 de Junio de 2023)

Con ese marco en mente, muy asociado por cierto al futuro inmediato y, cuando ya están en construcción ciudades del futuro dedicadas a la inteligencia artificial (Woven City, Japón) es necesario sincerar y examinar situaciones reales que se presentan, más allá de la definición basada en la historia, que podría parecer muy clara para algunos, introduciendo inquietudes sin respuesta clara.

¿Qué papel juega el conocimiento del que poco se habla, pero es crucial hoy en día??

¿El conocimiento aplicado no produce resultados diferentes y con ello prácticas y experiencias diferentes que pueden cambiar las creencias?

¿El conocimiento no afecta entonces la capacidad de juicio y de formarse opiniones, habida cuenta que las creencias tienen un fundamento?

Hoy día en muchos lugares del mundo se ha planteado abiertamente un conflicto entre una modernización económica, que trastorna la organización social, y el apego a ciertas creencias.

Por un lado, transformaciones que imponen la multiplicación de los intercambios y la circulación más intensa, ágil, posible del dinero, y el apoyo del poder y la información, para lograr objetivos de crecimiento. Por otro lado, también la innegable resistencia parcial de la sociedad, a la lógica del mercado, y la existencia de diferentes estilos y grados de motivación hacia la adaptación y aprendizaje, apelando a una subjetividad anclada en la libertad individual o libre albedrio, que puede rayar en la anarquía.

Más allá de las mayorías y su forma de definirla: Asambleas de Nobles como en Grecia y Roma, de Varones como en algunas culturas, el pueblo como a partir de la Revolución Francesa, o Credo Religioso. ¿Puede haber democracia si las creencias asociadas a la modernización, y aquellas asociadas a la tradición, se consideran no solo antagónicas sino irreconciliables?

El problema se presenta cuando parado en uno de los extremos cualquier miembro de una sociedad se empeña en ignorar que existe el otro.

Entre quienes creen que el capital no debe tener un costo y aquellos que habiéndolo generado con su esfuerzo desean la libertad de dedicarlo a diferentes actividades, según su retribución.

Entre quienes creen mandatorio cultivar con drones, y aquellos que creen imposible dejar de cultivar con bueyes.

Entre quienes creen que el esquema de costo y productividad no debe jugar papel en la retribución que el consumidor final está dispuesto a pagar, y aquellos que creen que un ente externo debe fijar los precios por decreto.

Entre quienes creen que los derechos deben ser asignados y aquellos que creen que deben ser ganados.

Aquellos para quienes el progreso significa hacer tabla rasa del pasado y de las tradiciones, son tan adversarios de la democracia como los que ven en la modernización una obra diabólica. En mi opinión, una sociedad sólo puede ser democrática si reconoce a la vez su unidad y sus conflictos internos. 

Hoy es común (no “normal”) encontrar en nuestras sociedades que la mayoría, directamente o a través de sus representantes está llegando a permitir: Absolver y hasta premiar la violación de reglas genuinamente establecidas; Percibir y promover como “Normal” la violación de derechos de otros; Tratar, mediante la violencia, de cambiar las reglas de juego establecidas; Promover que el fin justifica los medios; Despreciar y hasta satanizar el conocimiento y la experiencia aportada por quienes no sean incondicionales servidores; Reforzar la “igualdad general” de derechos, independiente del aporte y responsabilidad por resultados.   

Si democracia es hacer uso y costumbre, es decir entender como normal, los anteriores comportamientos en una sociedad, me hago simpatizante de la DICTADURA DEL CONOCIMIENTO Y EL RESPETO A LOS DEMAS.



Álvaro Ramírez

Ingeniero Industrial con entrenamiento en USA, England, Holland, UCLA, Penn State y Michigan.  Gerente de logística de bienes y servicios operaciones y proyectos en Shell de Venezuela, Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), Petroquímica de Venezuela, S.A. (PEQUIVEN), BARIVEN, y Canadian Oíl Company de Colombia. SEO PROCURAMOS, proyectos, consultoría y asesoramiento internacional.


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