EL CANDIL – AÑO III – N° 134.
En el ideario colectivista, uno de los temas más polémicos y que ha suscitado algunos de los más encendidos debates es el denominado «lenguaje inclusivo», esto es, la alteración de las expresiones lingüísticas que se emplean en diversos ámbitos con la finalidad de incluir a determinadas colectividades las cuales, aseguran los defensores de esta propuesta, son «invisibilizadas a través del lenguaje heteropatriarcal imperante».
En concreto, se señala que el uso del género gramatical masculino como neutro deja de lado tanto a mujeres como a personas que se autodenominan como «no binarias». Asimismo, siguiendo el pensamiento de la corriente post-estructuralista y el análisis de Lacan, se esgrime que la no enunciación de pronombres, sustantivos y adjetivos que no sean del género gramatical masculino, degenera en una profundización de la cosmovisión sexista y machista que, como explican, es la que predomina desde tiempos inmemoriales, y que no contribuye a la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres. De igual forma, nos dicen que esta «invisibilización lingüística» tiene repercusiones en el inconsciente del individuo, deviniendo en conductas nocivas, tales como la «violencia de género» y la homofobia.
En síntesis, apoyándose en un enfoque claramente sesgado por ideas muy cercanas a la dialéctica hegeliana y a la cosmovisión relativista, denuncian la discriminación de colectividades en específico por medio del lenguaje. Ante ello, se ha desarrollado una campaña de divulgación y concientización que disemine su mensaje, llegando a instancias como la Comunidad Europea, así como diversos Gobiernos, medios de comunicación y múltiples organizaciones. Pero más allá de que se trata de una cuestión que, en ocasiones, llega a rozar lo irracional, como sucede cuando, en un vano intento de «incluir a personas no binarias», terminan por generar expresiones ininteligibles, se trata de algo que va más sobre un tema ideológico que racional y científico. Lo grave de esto es que diversas instituciones, tanto gubernamentales como privadas, están imponiendo su puesta en práctica, condicionando innecesariamente a su personal y tratando de hacer que ese enfoque predomine a toda costa, sin importar si se trata de algo sensato o no. La inclusión va más allá de expresiones lingüísticas, y no se limita a ciertas colectividades. La distorsión del lenguaje no propiciará un cambio positivo en ello, sino tan solo confusión y, eventualmente, división.
Cada uno tiene la libertad de expresarse como mejor crea, independientemente de que, en un sentido objetivo, esté haciéndolo bien o mal. Y así como es parte de la libertad de cada uno el difundir y poner en práctica este tipo de ideas, también lo son la crítica y oposición hacia las mismas. Dado que el componente ideológico es muy marcado en temas de este tipo, se torna imperativo exponer la irracionalidad e inexorable insensatez de tan insostenible propuesta, ello en virtud de la fidelidad hacia la verdad y la razón. Nada es peor que el silencio de las mentes independientes mientras hacen eco las ideas equivocadas.
