SIMÓN PETIT ARÉVALO – EL CANDIL – AÑO IV – N° 169.
Mi anécdota de hoy
Por Gonzalo Fragui.
Un día llegaron el poeta Orlando Pichardo y el pintor Mario Abreu, muy jóvenes los dos, a un bar llamado el Omh 2000, que quedaba en la planta baja del edificio administrativo de la Universidad de Los Andes, en Mérida. Tenían escasamente lo suficiente como para tomarse una cerveza cada uno.
Al ver que se les terminaba el trago y no llegaba ningún conocido para brindarlos, Abreu pidió a Pichardo que le buscara en el carro las cartulinas y los creyones para ponerse a pintar.
Efectivamente, al rato Mario Abreu ya había vendido varios de sus gallos y tenían ahora suficiente dinero hasta para tomar whisky importado.
Pasó por allí el poeta Parayma y no sólo le compró dibujos a Abreu sino que incluso obsequió abundante trago a los amigos.
Entonces Abreu se le acercó a Pichardo y le dijo, en tono triunfador, casi al oído:
– ¿Viste? Esa es la diferencia entre un pintor y un poeta.
Pichardo no dijo nada y siguió tomando mientras Abreu dibujaba.
Al rato una chica se acercó a observar las pinturas, y compartió largamente con ellos. De pronto Pichardo se levantó de la mesa y se fue con la chica. Abreu no entendió y les gritó desde lejos:
– Pero, epa, ¿qué pasó, por qué se van?
Entonces Pichardo se le acercó a Abreu y le dijo, en tono triunfador, casi al oído:
– ¿Viste? Esa es la diferencia entre un poeta y un pintor.
Muy buena anécdota.