Por Luis Ramírez Sánchez
Del mismo modo que existía una vida terrenal signada por las vicisitudes propias del sistema político imperante en el aparatoso trajinar del Viejo Pedregal; había también esporádicas andanzas espirituales que perturbaron los sueños de aquellos ocho niños que habían arribado desde La Guinea en La Montaña de Avaria a la casa numero 6 de la Calle Sucre, en tiempo en que, el Coronel Marcos Pérez Jiménez apenas comenzaba a moldear su incipiente dictadura, con las elecciones plebiscitarias del año 1952.
Manuel y Elena adquirieron la solariega casona de manos de Miguel, el hijo de la Chiche Quero y el mostró un largo corredor con pretiles al lado oeste en donde reposaban ocho hamacas de pabilo multicolor que la pareja solicitó incluir en la negociación por cuanto, las tentadoras hamacas con sus colgaderos coincidían fielmente con el número de potenciales durmientes que habrían de habitar la solariega casa en proceso de compra-venta.
De lo que no se habló, en tan formal y disciplinada negociación fue de aquel Espanto con Chinelas que irrumpía por el zaguán, hacía el recorrido como contando colgaderos, se prendaba de la hamaca número seis que le correspondía a Luis Ramoncito y la columpiaba en largas mecidas hasta que los gallos del Padrecito, con su cantío, le anunciaban (como a los vampiros), que era hora de dejar el mundo terrenal.
Luis Ramoncito soportaba silente esas y otras perturbaciones, de los días viernes (dia de las ánimas según la cultura pueblerina), que El Espanto de las Chinelas solía iniciar cuando Memo Borges procesaba el último apagón de preaviso que dejaba al Viejo Pedregal, silencioso y sereno bajo la placidez de su monumental manto de estrellas, único en el orbe.
Uno de esos viernes El Espanto de las Chinelas trasnochó a Luis Ramoncito, a tal punto que no sólo dejó de escuchar el cantío de los gallos del Padrecito allá en Chimpire , sino también los del gallero mayor Ramón Sangiovanny en la Calle Miranda de “La Quebraíta”, sin que el pequeño tresañal se levantara de su candorosa hamaca; mientras sus siete hermanos habían ya saltado de sus placenteros dormitorios, cuando una voz vibrante de uno de esos tantos “amanecios” de aquel sábado se abría paso por el largo corredor apartando hamacas, colgaderos y cobijas para saludar a Manuel, quien degustaba su primer cafecito en el umbral de la cocina.
Se trataba de: Eustácio Ciro Rodríguez el no menos célebre “Tacho Rodríguez”, armador de parrandas sabatinas y el mas calificado lanzador de cohetes y petárdos, que despabilaban al pueblo somnoliento con sus ocurrencias simuladas que desafiaban la dictadura.
Tacho pudo a duras penas, llegar hasta Manuel, pero antes de tomar el sorbo del café que él le ofrecía le dijo: -. Oiga compa e Manuel; usted puede aquí montar una escuela de jugar palos porque vengo desde allá batiendo los brazos como molino de viento, apartando hamacas y ese paso me ha dejado sin aliento hasta para saludarte-.
Los muros de la casona de Los Ramírez Sánchez retumbaron de risas por el chiste y ambos se instalaron en una nueva parranda amanecedora mientras Luis Ramoncito ligaba que el Espanto que caminaba en Chinelas no regresara el viernes venidero, día en que los pedregaleros de aquel tiempo, solían alumbrar las ánimas.
Coro-Estado Falcón-Venezuela
02 de septiembre de 2019

Apreciado Luis: No me lo creerás pero estaba por escribir sobre lo mismo. Ese es un ofrecimiento que hace tiempo, en las páginas de nuestro «Pedregal, Ayer y Hoy», hice a los hermanos Ramírez. Esta semana les envío lo prometido, que les contará los episodios anteriores a los que tú cuentas. Reciban un gran abrazo, Mirela Quero.