CUENTOS DE A LOCHA EN UNA CUARTILLA – LUIS RAMÍREZ SÁNCHEZ – EL CANDIL PEDREGALERO – AÑO III – N° 103.-
Quizá no haya hoy testigos de primera mano, prestos a enunciar los hechos con sus vicisitudes, de lo que acontecía dentro de la planta física de la extinta “Escuela Nacional Graduada Fabio Manuel Chirinos”; tal vez no… pero los testimonios de los que estamos ganados en la tarea de narrar uno que otro hecho verídico desdibujado en el tiempo, con respecto de las normas previstas en el diseño curricular de aquel escolarizado ayer, vivido en tiempos de dictadura estarán siempre dispuestos a ser legibles, en esta página, ingeniosamente creada para tal fin.
Solían las maestras de aquellos tiempos, portar entre sus utensilios pedagógicos una palmeta o tabla rectangular que debían usar para persuadir los alumnos mediante golpeteos esporádicos en las palmas de sus manos cuando algunos de ellos: olvidaban la lección, rayaban con grafiti las paredes o de algún modo perturbaban con tertulias ruidosas el desarrollo de aquellas maratónicas jornadas de clase.
Uno que otro habilidoso alumno lograba evadir los dolorosos palmetazos de rigor, congraciándose con ellas al llevarles los agridulces tamarindos dispensados por las frondosas matas proveedoras sembradas en el mismísimo corazón de la huerta e Pulido o los manojos de cotoperíces de pulpa azucarada del Cerro e Don Carlos ubicado al oeste como un eterno centinela y que hoy se le conoce como el Cerro Miracielos.
La voz estéreo del director Zavala que retumbó por décadas en los muros de la vieja escuela nos advertía de las palmetas en cada formación del patio, luego del tañer de aquella campánula de bronce, agitada por Bricio, el bedel de aquellos tiempos que nos anunciaba que había llegado la preciada hora del recreo.
Uno de esos días en que una mano inexperta fabricó la pelota para el juego de rutina hubo de olvidar presionar el papel de hojas de cuaderno sobre la piedra que al ser lanzada una y otra vez, fue a caer a los pies de un alumno de quinto de nombre Alirio Fernández, quien no estaba en el juego, pero la turba que venía tras la “pelota” le pidió que la lanzara con fuerza y así lo hizo, con tan mala suerte que la piedra en su viaje orbital se salió del papel y fue a dar directamente al occipital de un alumno de tercero de nombre Manuel Segundo, causándole una herida que en Pedregal llamaban “estaponao”.
La voz irreverente del director Zavala retumbó en el mismísimo Cerro Miracielos dictaminando la expulsión del alumno de quinto, sin derecho a defensa, pero con el pírrico consuelo de exoneración de los palmetazos de rigor, por cuanto aquel candoroso patio de recreo era para el alumnado de la vieja escuela “Territorio libre de Palmetas”
Moraleja : No adores ídolos de piedra
Coro- Estado Falcón – Venezuela
Sábado, 11 de abril 2020
