ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO IV – N° 172
La toma de decisiones es un hecho inevitable y necesario en el día a día de toda persona. Todos los días tenemos que decidir entre diversas opciones para diversos fines. En los niveles más elementales de decisión, como los que corresponden a los quehaceres rutinarios, la labor es casi automática; pero cuando la dificultad aumenta, la posibilidad de cometer errores se acrecienta.
Es aquí en donde aflora en todo su esplendor la moralidad del individuo, quien tiene la responsabilidad de decidir qué es lo correcto hacer y qué no lo es.
En ese sentido, el criterio de valor para tomar una decisión siempre vendrá de la mano de los valores propios y los principios derivados de estos. Una persona que decide salir a trabajar honestamente en lugar de estafar o robar, es alguien que valora la vida y el esfuerzo que se efectúa para lograr lo que se desea, razón por la cual opta por obtener lo que necesita para su vida mediante el intercambio libre y voluntario de valores producidos por ambas partes, buscando el mayor beneficio posible en una relación ganar-ganar.
Una persona que se expresa con la verdad en lugar de mentir es alguien que valora la honestidad y respeta a sus semejantes y a sí mismo evitando falsear los hechos de la realidad. En síntesis, la decisión que uno tome sea cual fuera, necesariamente estará fundamentada en aquello que uno valora.
El problema más extendido en este campo se suscita cuando ante la persona se presentan pocas opciones, las cuales considera todas malas, pero diferenciándolas en grado, es decir, considerando unas más o menos nocivas que otras, y decidiendo por lo que concluye que es «el mal menor», argumentando que «no le quedaba de otra» puesto que las demás alternativas eran peores.
Cuando uno se encuentra en una situación extrema en la cual la toma de decisiones no puede tomar mucho tiempo, como cuando peligran la vida e integridad de una persona, o bien cuando en una contienda electoral se ha llegado a la lamentable instancia en la que solo quedan dos candidatos que no están a la altura de lo que se requiere, lo correcto es procurar el menor impacto negativo posible y tomar ese estado como punto de partida para lograr una mejora.
Pero si antes de llegar a eso se dispuso de múltiples opciones (que es lo usual antes de llegar a una situación complicada) y todo el tiempo se recurrió al falso dilema de elegir entre A y B ignorando el resto del abecedario, entonces el haber llegado al peor escenario posible es responsabilidad propia y, en consecuencia, se torna imperativo asumir lo ocasionado, al mismo tiempo que se aprende de la lección para evitar recaer en lo mismo. El «mal menor» siempre será el mal.
Para llegar a la situación en la que sea «inevitable» decidir entre malas opciones, previamente se ha tenido que tomar otras malas decisiones, siendo virtualmente imposible que siempre se haya dispuesto de alternativas negativas únicamente.
E incluso en ese contexto, siempre será preferible generar una opción buena en medio de toda una maleza de posibilidades, pues jamás será mejor optar por el mal cuando se puede hacer lo correcto.
NOTA DEL EDITOR: Tomado de la página “Enfoque Liberal” con autorización de su autor y administrador.
