ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO IV – N° 195.-
En el pensamiento político del Liberalismo clásico, la cuestión relacionada con respecto a la interrelación entre las personas en una sociedad civilizada se puede resumir en la siguiente máxima: Actúa sin causar perjuicio a tus semejantes. El principio de los derechos individuales es claro en tal sentido.
Toda persona, sin distinciones accidentales, es decir, que no cambian la esencia fundamental que hace al ser humano lo que es y lo diferencia de las demás especies, como son el sexo, la raza, la etnia, la orientación sexual, la nacionalidad, el credo, la afinidad política, el linaje familiar o cualquier otra, por causa de la naturaleza de su ser, tiene derecho a conservar su vida, a desarrollarla en todos sus aspectos en un pleno contexto de libertad, y a preservar y disfrutar de su propiedad, estando estos tres derechos cardinales ?y todos sus derivados? íntimamente relacionados entre sí.
En virtud de lo mencionado, ninguna persona puede arrogarse el inmoral privilegio de ocasionar un legítimo perjuicio en los demás, sea para lograr algún beneficio o persiguiendo cualquier otro fin.
No obstante, la única razón válida, moral y completamente legítima de emplear la fuerza contra otro individuo es la defensa de los propios derechos ante el ataque de este. Esto puede ser efectuado tanto por las instituciones dedicadas a velar por el orden interno del país como por la persona directamente afectada e incluso por un tercero quien, en aras de salir en defensa del afectado, decida intervenir.
Asimismo, es preciso indicar que dicha defensa no le otorga a quien la ejerza el derecho de aplicar un castigo mayor que el que las normas de convivencia y la recta razón lo permitan. En síntesis, nadie tiene derecho de iniciar la fuerza contra sus semejantes, pero sí la tiene de responder ante quien lo haga.
Por lo explicado, la posición del Liberalismo clásico siempre será radicalmente opuesta a toda forma de pensamiento que abogue por la causación de daño o perjuicio sobre los demás arguyendo la pueril e hipócrita excusa de pretender ser defensores de «los derechos de las minorías oprimidas».
Ningún presunto derecho que conlleve actuar en detrimento de personas inocentes puede ser un derecho. Ya sea que tal cosa sea alegada por un socialista, un conservador, un progresista, un comunista o un autodenominado liberal, jamás cambiará la inalienable naturaleza de los derechos del individuo. Y ante el actuar contrario a tal principio de parte de personajes políticos y mediáticos, así como de cierto sector de la ciudadanía, las demás personas tienen el derecho de alzar su voz de protesta y responder acorde.
Tal y como lo remarcó el escritor estadounidense Thomas U. P. Charlton en 1809, el precio de la libertad es la eterna vigilancia. Y esa es una tarea que a todos nos incumbe.