MANUEL BARRETO HERNAÍZ – EL CANDIL – AÑO IV – N° 168.
“Un escritor no puede hacer nada más necesario ni más satisfactorio por los hombres que revelarles las posibilidades infinitas de sus almas.”
Walt Whitman
“Escribimos por el deseo de ver las cosas como son, de averiguar la verdad de los hechos y acumularlos para la posteridad”.
George Orwell.
En el principio fue el verbo. Así lo apuntó San Juan en su Evangelio…
Hay que reconocerlo, a veces nos embarga la desesperanza ante tantos desencuentros y lamentable aquiescencia, apatía, indiferencia o ceguera en quienes deberían ser puntos de referencia, de modelaje y de necesaria orientación para el arduo y sinuoso camino que aún tenemos que recorrer para salir de este caos.
Así las cosas, solemos preguntarnos: ¿de qué sirven nuestras palabras ante tantas injusticias, ante tanto disparate, hambruna, corrupción, despilfarro y violencia que impera en nuestro país, un país a la deriva?… Un país en donde de manera aquiescente, complaciente, acomodaticia o irónicamente, muchos creen y hasta intentan hacer creer, que ya se arregló.
La respuesta nos viene de nosotros mismos: es nuestra responsabilidad dejar estos testimonios, estas actas notariales, estos registros en la oscuridad, estos gritos en la tierra y susurros en el cielo del sempiterno desconcierto de estos bárbaros tiempos que nos ha deparado la circunstancia que nos tocó transitar. Porque ahora, nuestras notas, frente al silencio y la mentira, la coacción y el temor, se convierten en una necesidad social; en un contrato con nosotros mismos.
Pero no basta escribir, discursear, polemizar y mucho menos dialogar, como tampoco dejarse llevar por el síndrome de la “desesperanza aprendida”, esa especie de convicción presente en algunas personas, de que resulta inútil, o es imposible cambiar la realidad y que independientemente de las acciones que emprenda para cambiarla, las cosas se quedarán como están. Porque nuestro apostolado en estos duros tiempos es ayudar a la ciudadanía a “comprender” —y no solo conocer— lo que está ocurriendo.
Escribimos porque creemos en la palabra más que en el “selfy” aunque una imagen diga más que cien palabras. Por esa urgente necesidad de decir cuánto pensamos acerca de esta realidad que nos ha tocado vivir; conscientes de la diversidad frente a una visión heterogénea de la sociedad, puesto que no hay verdades universales, hay verdades parciales y particulares. Puesto que creemos en los cambios graduales, sensatos y pacíficos.
Escribimos porque sufrimos nuestro país, porque nos nutre y apasiona la complejidad del momento que nos toca transitar; porque enfrentamos esas ideas y acciones que no nos parecen nobles ni sanas, que nos molestan y no nos conforman… O como lo sintetiza Mario Vargas Llosa: Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias.
Escribimos porque es nuestro cívico deber tallar en un imborrable Memorial, los nombres de los jóvenes carabobeños Leonardo González Barreto, Geraldin Moreno Orozco, Génesis Carmona, Daniel Alejandro Queliz Araca, Ramón Antonio Rivas, Rubén Darío González, Jorge David Escandón, Hecder Vladimir Lugo Pérez, Jesús Armando Alonso Valera, Daniel Gamboa, Gerardo José Barrera, Luis Eloy Pacheco, Yonathan Eduardo Quintero, Christian Humberto Ochoa Soriano, Andrés José Uzcátegui Ávila, Luis Guillermo Espinoza, Julio Eduardo González Pinto, Jesús Eduardo Acosta, Argenis Hernández, y Mariana Ceballos; todos asesinados en nuestro terruño, así como 242 mártires más, que por los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía nacional, ofrendaron con sus vidas la lucha por el rescate de la libertad y de la democracia de nuestro país.
Porque creemos y ejercemos la libertad de pensamiento, responsable y comprometido con lo que consideramos nuestra libertad intelectual, porque nos empeñamos en quitarnos todas las mordazas y las gríngolas que nos limiten claridad y libertad. Porque nos empeñamos en desenmascarar las mentiras de éste y cualquier otro régimen que se caracterice por su comportamiento totalitario, porque consideramos un deber señalar las violaciones constitucionales y sus intolerables falacias, chapuzas y marramuncias antidemocráticas; porque sentimos el deber de oponer razón a la sinrazón que encierra tanto disparate y corrupción.
Escribimos porque queremos que nuestras palabras hagan más de lo que pueden hacer. Escribimos para que no se nos pudran las ideas ni se nos oxide el espíritu. Escribimos porque no aceptamos las cosas tal y como se nos presentan y quisiéramos que mejorasen, y tal vez, escribimos para desahogarnos, porque, si no lo hiciéramos, desapareceríamos.
Escribimos por lo emocionante que resulta dejar constancia de estos tiempos en los cuales unos relativizan la verdad y otros la buscamos con determinación, escribimos por afición o por aflicción, con razón o con pasión; para escalar esta Torre de Babel, alcanzar a Dios y pedirle nos acompañe en estos diálogos de sordos, o como lo analizó mi hija Beatriz Irene al presentar su investigación de 5to año de bachillerato: porque la escritura cura el alma…
Y en cuanto a las reglas, pues seguimos al pie de la letra la sugerencia de Oscar Wilde: no existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.
O como lo expresó sabiamente Albert Camus: …” El papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición, no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si lo consintiera. Pero el silencio de un prisionero desconocido, basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte …”
NOTA DEL EDITOR: Artículo publicado originalmente en el diario El Carabobeño y compartido en El Candil con autorización de su autor.