TIMOTHY SANDEFUR – EL CANDIL – AÑO V – N° 251.-
Reseña sobre la vida y obra del abolicionista y estadista Frederick Douglass (1818-1895).
Un 20 de febrero, hace 129 años, el abolicionista y estadista Frederick Douglass murió en su casa cerca de Washington, DC, a la edad de 77 años, poco después de pronunciar un discurso en una reunión sobre el sufragio femenino. Era característico del «Sabio de Anacostia» que hubiera continuado con su misión hasta el literal final de su vida. Poco antes, o eso cuenta la leyenda, un joven le había pedido consejo sobre qué hacer con su vida. «Agítate», respondió Douglass. «Agita, agita».
Douglass nació esclavo en una plantación de Maryland y, tras soportar la esclavitud tanto en la ciudad como en el campo, consiguió escapar en el ferrocarril subterráneo, primero a Nueva York y luego a Massachusetts. Al principio le costó adaptarse a la vida como hombre libre. «Estaba libre de la esclavitud, pero también de la comida y el cobijo», recuerda en sus memorias. Pero en el Norte podía trabajar y mantenerse por sí mismo, y esa sensación de responsabilidad propia y libertad económica fue una liberación emocionante. «La esclavitud me había acostumbrado a penurias que hacían que los problemas ordinarios no me afectaran …. La conciencia de que era libre –ya no un esclavo– me mantenía alegre».
Dedicado a la superación personal, devoraba libros y periódicos, en particular el periódico abolicionista The Liberator, que pegaba en la pared de la herrería donde operaba el fuelle, para poder leer mientras trabajaba. Poco después, se unió al editor del Liberator, William Lloyd Garrison, como orador del movimiento abolicionista. Pero acabaría rompiendo con Garrison por la creencia de éste de que la Constitución protegía la esclavitud y era, por tanto, un «pacto con el infierno», que los abolicionistas debían evitar.
Garrison pensaba que participar en política bajo la Constitución –presentarse a cargos públicos, presentar demandas o incluso votar– daba credibilidad moral a la maldad de un régimen que, en su opinión, tenía sus raíces en la esclavitud. Los padres fundadores, después de todo, o eran ellos mismos propietarios de esclavos o habían acordado preservar la esclavitud en un compromiso diabólico. Por tanto, en lugar de intentar reformar el sistema desde dentro, los abolicionistas debían oponerse al orden constitucional, bajo el lema que Garrison imprimía en cada número de The Liberator: «Ninguna unión con los esclavistas».
Aunque Douglass estuvo inicialmente de acuerdo con Garrison, denunciando la Constitución en el elocuente lenguaje que le granjearía fama mundial como orador y autor, cambió de opinión en la década de 1840, tras pasar un año en Gran Bretaña entre abolicionistas ingleses que habían logrado mucho participando en el sistema político. Douglass llegó a la conclusión de que negarse a participar en política significaba en realidad dar prioridad al propio sentido de santidad moral sobre el verdadero trabajo de ayudar a los esclavizados. Y a su regreso a Estados Unidos, empezó a leer los escritos de juristas como Gerrit Smith, Lysander Spooner y Joel Tiffany, que sostenían que la Constitución no protegía, de hecho, la esclavitud. Por el contrario, argumentaban, ni siquiera mencionaba la esclavitud, y lejos de proporcionarle garantías legales, la Constitución facultaba al Congreso para restringirla, e incluso abolirla, si los funcionarios federales tuvieran la voluntad de hacerlo.
Así, en 1851, Douglass anunció su ruptura con los anarquistas garrisonianos. Ahora estaba convencido de que la Constitución era, tanto en principio como en la práctica, un documento antiesclavista. Su argumento comenzaba con dos reglas de interpretación. En primer lugar, sólo las palabras de la Constitución cuentan como ley, no los deseos o intenciones de quienes la redactaron. En segundo lugar –siguiendo una norma establecida por el Tribunal Supremo unos años antes– la Constitución debe interpretarse a favor de la libertad siempre que sea posible. Teniendo en cuenta estos principios, los elementos de la Constitución supuestamente favorables a la esclavitud resultaron no protegerla en absoluto: la cláusula de los 3/5, por ejemplo, no sólo no protegía la esclavitud, sino que recompensaría a cualquier Estado que la aboliera. La llamada «cláusula del esclavo fugitivo», que en realidad no menciona a los esclavos, podría interpretarse como aplicable a los aprendices fugitivos. En resumen, Douglass pensaba que interpretar la Constitución como favorable a la esclavitud era como tratar de demostrar que uno era propietario señalando una escritura en la que no se mencionaba la propiedad.
Además, otras disposiciones de la Constitución eran incompatibles con la esclavitud. La Quinta Enmienda prohibía privar a las personas de libertad sin el debido proceso legal. La Cláusula de Privilegios e Inmunidades prohibía al Estado privar a los ciudadanos estadounidenses de libertades básicas. En cuanto a «Nosotros el pueblo», ¿no incluía a los negros estadounidenses? Tenían tanto derecho a la ciudadanía como los blancos, argumentaba Douglass, y la Constitución no mencionaba a los «blancos» frente a los «negros». Cuando, en 1861, los estados del sur se sintieron obligados a abandonar la Constitución para proteger la esclavitud –declarando que ya no formaban parte de Estados Unidos–, Douglass lo consideró una prueba de que tenía razón: la Confederación no podía señalar nada en la Constitución que protegiera la esclavitud.
En los últimos años, se ha vuelto a poner de moda argumentar que la Constitución fue redactada para preservar la esclavitud indefinidamente, por esclavistas blancos que no creían que los negros fueran igualmente humanos, o que pudieran alcanzar o merecer el estatus de ciudadanos. Douglass habría reconocido al instante que estos argumentos eran tanto los de los defensores de la esclavitud anteriores a la Guerra Civil como los de Garrison y sus aliados.
«Se puede decir que es muy cierto que la Constitución fue diseñada para asegurar las bendiciones de la libertad y la justicia a las personas que la hicieron», dijo en un discurso de 1860, «pero nunca fue diseñada para hacer tal cosa por las personas de color de ascendencia africana». Este es el argumento del juez Taney [en el caso Dred Scott], y es el argumento del señor Garrison, pero no es el argumento de la Constitución». Peor aún, observó Douglass, había incluso estadounidenses negros que apoyaban la teoría de Dred Scott de que la Constitución era un documento de supremacía blanca. Lo «peor» de esa noción, dijo, era que «le impone [al hombre negro] la idea de que está condenado para siempre a ser un extranjero y un forastero en la tierra donde nació, y que no tiene un lugar permanente en ella». La verdad era –y es– que la Constitución garantiza tanto los derechos de los negros como los de los blancos.
Pero Douglass no se limitó a defender los derechos de los estadounidenses negros como él. También insistió en los derechos de las mujeres. Asistió a la Convención de Seneca Falls de 1848 y en 1886 incluso se pronunció a favor de que las mujeres sirvieran en el ejército. Aun así, cuando se propuso la Decimoquinta Enmienda –que garantizaba a los hombres negros el derecho al voto, pero implícitamente permitía a los estados prohibir el voto a las mujeres– Douglass la apoyó, a pesar de la furibunda condena de muchas aliadas femeninas.
Insistía en que era crucial que los hombres negros obtuvieran el derecho al voto lo antes posible, para defenderse de las mayorías blancas racistas. Una vez conseguido esto, prometió que dedicaría sus esfuerzos a apoyar el sufragio femenino. Y demostró ser fiel a su palabra.
Frederick Douglass dedicó toda su vida a un principio central: el principio de igualdad de libertades enunciado en la Declaración de Independencia y protegido por la Constitución. En su opinión, todas las personas, en todas partes, tienen derecho a la libertad y deben utilizar todos los medios a su alcance para garantizar esa libertad tanto para sí mismas como para sus conciudadanos.
Los estadounidenses tienen la suerte de disponer de una herramienta inestimable: la Constitución de los Estados Unidos, si tienen el valor de respetarla y hacerla cumplir. Además, tenemos la suerte de contar con el ejemplo de un hombre que dedicó las energías de su vida a reivindicar ese principio para todos.
Timothy Sandefur es vicepresidente de asuntos jurídicos del Instituto Goldwater, donde ocupa la cátedra Clarence J. & Katherine P. Duncan de Gobierno Constitucional. Es autor de ocho libros, entre ellos Frederick Douglass: Self-Made Man (Instituto Cato).
Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (Estados Unidos) el 20 de febrero de 2024.
Timothy Sandefur
Mantiene la Cátedra Duncan para el Gobierno Constitucional en el Goldwater Institute y es autor de Frederick Douglass: Self-Made Man (Cato Institute, 2018).