Gracias a Dios por mi saliva

RICARDO BULMEZEl Candil Pedregalero – Año II – N° 70 – Sábado, 18 de julio 2020

Al regalo más bello de Dios… que es la vida.

En una oportunidad me invitaron unas monjas para dar una charla en un colegio. La hermana que me atendió tenía unos cuarenta años y se llamaba María Auxiliadora, pero la conocían como Sor Auxiliadora.

Noté que cargaba en su mano derecha un frasquito de plástico que contenía un líquido que parecía agua, luego me enteré que realmente lo era. Se mojaba la boca a cada momento haciendo un gesto no desagradable, pero si impresionante. Al principio, por respeto y delicadeza, yo la veía disimuladamente, como si no me diera cuenta de lo que estaba haciendo, pero ella por su parte continuaba la acción y la repetía cada vez más.

– Hermana, perdone – le pregunté -, ¿por qué usted a cada momento se moja la boca con ese frasquito?

– Es que hace quince años me quedé sin saliva -me contestó.

– ¿Qué? – dije asombrado – ¿usted no tiene saliva?

– No, mis glándulas salivales se atrofiaron.

– ¿Y tiene que estar siempre mojándose la boca?

– Si – me dijo-, si no lo hago se me reseca.

Me contó que el aire que viene no sé de dónde, le quemaba toda la garganta si no se la humedecía con frecuencia.

– ¿Hermana y como hace usted para dormir?

– Tengo unos caramelos – me dijo-, me los incrusto en una de las muelas y algo me alivian durante toda la noche.

– ¿Qué le dicen los médicos? – le pregunté sin salir del asombro.

– Hasta ahora, en ninguna parte se hacen trasplantes de glándulas salivales.

En ese momento sentí la saliva en mi boca que bañaba toda la dentadura, rociaba las encías y aguaba mi lengua, jugué con ella y la amé. Por primera vez la saboreaba, ¡qué sensación tan placentera! Pensé emocionado: “¡Tengo saliva!”

Cuando estuve solo escupí en mi mano, la observé y dentro de mi alma elevé a Dios una de las oraciones más profundas de mi vida: “¡Gracias Dios, por mi saliva!”.

Jamás en mi vida le había agradecido a Dios por algo tan “insignificante”. Nunca me había dado cuenta de la importancia de la saliva. Sin ella no se respira bien, no podemos comer, ni dormir con tranquilidad… ni vivir.

He preguntado a varios médicos sobre esta atrofia. Todos me han dicho que en ninguna parte del mundo se hacen trasplantes de glándulas salivales, así se tengan todos los millones de dólares imaginables.

Es decir, la saliva tiene más valor que todo el dinero junto.

¡Y nos decimos pobres!, tú no lo eres. ¿Qué sería de ti con tener una inmensa fortuna si no puedes escupir?

Me di cuenta de que yo era un tremendo desagradecido. Tantos bienes que Dios me dio y muchas veces me quejo.

¡Qué sabor tan dulce el de nuestras secreciones!, cuando se tienen.

San Pablo dice: “Tengan un corazón agradecido” (Col. 3, 15).

Gracias Dios…, ¡tengo saliva!

NOTA: Tomado del libro «El arte de combinar el SI con el NO» con autorización de su autor.

Coro – Capital del estado Falcón – Venezuela

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