OG LEME (+) – EL CANDIL – AÑO IV – N° 170.
La democracia y el liberalismo tienen objetivos diferentes: el primero se ocupa del problema de quién debe ocupar los poderes coercitivos del Estado, que deben pertenecer al pueblo y ser ejercidos indirectamente por sus representantes; los liberales están más preocupados por reducir los poderes del Estado. De ahí la importancia primordial que los demócratas otorgan a la legitimidad de la representación y la igualdad, mientras que la libertad es la bandera de los liberales.
La democracia y el liberalismo pueden estar en conflicto: la igualdad supone más gobierno y la violación del principio de isonomía, ya que igualar ante la ley a personas desiguales equivale obviamente a violar el principio de igualdad ante la ley. Por otro lado, la libertad, que es la bandera del liberalismo, requiere menos gobierno.
Norberto Bobbio, en su libro Liberalismo y Democracia, se refiere sugestivamente a este problema. Pero el problema no termina ahí: el ejercicio de la democracia no solo puede conducir a la tiranía de la mayoría, también puede conducir a la rebelión de la minoría cuando puede tener un fuerte poder de cabildeo.
Pero así como la democracia y el liberalismo pueden estar en una relación dialéctica o antinómica, también pueden darse la mano y, cuando eso sucede, se produce un sistema liberal-democrático.
«El ideal de un sistema liberal-democrático fue la gran inspiración de los Padres Fundadores de la independencia y de la Constitución de los Estados Unidos: Jefferson, Washington, Mason y otros».
Dos grandes retos fueron la creación de un gobierno contenido en sus atribuciones y la conciliación de libertad e igualdad.
El sagaz observador francés Alex de Tocqueville fue lo suficientemente sensible como para plantear dudas, en el siglo XVIII, en su libro “Democracy in America”, sobre la preservación de un sistema que encontraba fascinante pero potencialmente frágil.
El ideal de un sistema liberal-democrático fue la gran inspiración de los Padres Fundadores de la independencia y de la Constitución de los Estados Unidos.
La percepción de Tocqueville merecía el aval de la historia: el ejercicio de la democracia en Estados Unidos ha venido poniendo en peligro el orden liberal concebido por los “Padres Fundadores” desde el “New Deal” del presidente Roosevelt a principios de la década de 1930.
Esta degradación institucional ha sido objeto de sistemáticas estudios de un grupo de economistas norteamericanos liderados por James Buchanan y Gordon Tullock, creadores de la Escuela de Elecciones Públicas.
Estos estudios muestran que los servidores públicos, los políticos y quienes ocupan cargos electivos no dejan de ser humanos por ser elevados a una posición de poder; de esta manera, en ocasiones tienden a anteponer sus intereses personales a los llamados intereses “superiores” del país.
Por otro lado, grupos de la sociedad civil, interesados ??en beneficios y privilegios para ellos mismos, presionan y en ocasiones terminan incitando a las autoridades públicas a otorgarles beneficios en perjuicio del resto de la población.
Esta degradación institucional constituye una agresión contra los ideales del estado de derecho y la eficiencia de la economía de mercado.
El éxito de los grupos de presión con el Congreso estadounidense para obtener privilegios se ha visto facilitado por el hecho de que los beneficios se concentran en los miembros de ese grupo, mientras que los costos respectivos se diluyen entre los contribuyentes. La concentración de beneficios constituye un poderoso estímulo para el cabildeo de los stakeholders, mientras que la dilución de costos no fomenta la reacción opuesta de los contribuyentes que pagarán la factura final.
Consciente de este indeseable estado de cosas, Hayek concibió su demarquismo, con la esperanza de llevar el proceso democrático y el orden liberal a una coexistencia más satisfactoria. Como es bien sabido, el sueño hayekiano no ha tenido éxito hasta el momento. Como curiosidad, vale recordar que Simón Bolívar planteó algo muy similar a la demarquismo de Hayek en su propuesta de Constitución para Venezuela.
«Los servidores públicos, los políticos y quienes ocupan cargos electivos no dejan de ser humanos por ser elevados a una posición de poder; de esta manera, en ocasiones tienden a anteponer sus intereses personales a los llamados intereses “superiores” del país».
Milton y Rose Friedman hacen una interesante observación sobre la fragilidad de la democracia liberal estadounidense en su libro Free to Choose. Según los Friedman, el Partido Socialista de Estados Unidos nunca logró alcanzar el 2% de los votos en las elecciones de ese país. A pesar de no haber llegado nunca al poder por la fuerza de los votos, logró, a lo largo de los años, hacer realidad todo el programa del Partido Socialista de 1926. De hecho, la práctica estadounidense ha dado como resultado “logros sociales” que van más allá del programa socialista de 1926. Es decir, Tocqueville se cubrió con buenas razones cuando planteó la hipótesis de la fragilidad de la democracia liberal estadounidense.
Como aún no se ha descubierto un camino hacia la convivencia entre la democracia y un orden liberal que preserve satisfactoriamente la integridad de ambos, la solución práctica al problema sigue siendo la reducción del tamaño del Estado y la descentralización de los poderes públicos.
Artículo extraído del libro de crónicas Og Leme, un liberal, editado por Instituto Liberal en 2011.
NOTA DEL EDITOR: Artículo publicado originalmente en la página del “Instituto Liberal” de Brasil y es compartido en “El Candil” con autorización de sus administradores.
