Juzga y prepárate para ser juzgado

ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO IV – N° 204.-


“La prudencia, el tacto y el respeto, son elementos que se han de tomar en cuenta antes de juzgar otros”


Uno de los adagios de uso más extendido cuando se trata de aconsejar a alguien que acostumbra a hacer de conocimiento público sus juicios de valor es aquel que reza aquello de: «No juzgues y no serás juzgado».

Entendido por muchos como un principio moral elemental para la sana convivencia en sociedad, esta frase representa la prevalencia del agnosticismo moral que pervive en gran parte de las sociedades dado el ?lamentablemente? común afán de intentar refugiarse en él por temor a ser mal vistos o a que las propias creencias sean atacadas, generando una sensación de inseguridad con la que nadie quiere lidiar.

Dicho de otro modo, tal oración no es más que el estandarte de la cobardía moral que atañe a un buen número de personas a las cuales se les ha enseñado, tanto en el hogar como en la escuela y a través de los medios masivos, que emplear su mente para razonar y emitir juicios de valor no está bien y que callar, en función de «no hacer sentir mal al resto», es el camino a seguir.

No hay nada más pernicioso para la salud mental que seguir tan nocivo consejo. Una persona acostumbrada a silenciar sus juicios es alguien que, tarde o temprano, será consumida por la inseguridad y la desconfianza hacia su propia capacidad para pensar, puesto que, como ha vivido creyendo que cualquier juicio que haga saber a los demás es, de entrada, un acto reprobable, nunca tendrá la certeza de que la conclusión a la cual ha llegado sea o no correcta, no porque objetivamente necesite de la aprobación del resto para que así sea, sino porque esa es la inevitable consecuencia hacia la cual conduce la inseguridad intelectual.

Lo peor viene cuando una persona así interactúa con sus semejantes, pues la tendencia instaurada en su cabeza de evitar emitir juicios le llevará a no decir nada incluso cuando más crítica sea la necesidad de hacerlo. Muchas relaciones amorosas, de amistad, laborales y familiares se han visto seriamente perjudicadas como consecuencia de haber practicado tan enfermizo principio.

Lo cierto es que es absolutamente inevitable elaborar y emitir juicios de valor. Todos lo hacemos todos los días, desde que decidimos levantarnos o quedarnos acostados, hasta cuando elegimos qué comer, a dónde ir, a quién ver o con quién hablar. De hecho, en lo referente a los juicios que uno emite con respecto a otra personas, es tan evidente la necesidad y lo inevitable de hacerlo que es por tal razón que uno no elige a cualquiera como amistades o como pareja. Incluso entre el propio círculo personal, uno decide a quién frecuentar más o a quién confesarle algo muy íntimo; esto es así porque, para que alguien pueda llegar a ser de nuestra entera confianza, uno previamente ha tenido que interactuar con dicha persona y haber evaluado las distintas características que, en conjunto, generan ese grado de confianza que muy pocos o nadie más puede lograr.

Por otro lado, están los juicios que se efectúan con respecto a la apariencia o a la forma de ser de alguien. Aunque la frase que aconseja no hacer juicios para evitar ser juzgado no lo exprese literalmente, cierto es que, entendida en contexto, se refiere a los juicios que se hacen sobre las características superficiales ?y otras no tan superficiales? de los demás. No obstante, aun siendo así, el principio sigue siendo inválido, pues, lo que puede llegar a ser incorrecto, no es el hecho en sí de emitir un juicio, sino el fundamento de este, así como el contexto y la manera de emitirlo. Siendo que el respeto es uno de los principios esenciales para la pacífica coexistencia entre las personas, este tiene que considerarse como punto de partida antes de hacer nuestro juicio de conocimiento del resto. Por supuesto, esto no es una obligación, como tal, puesto que, la libertad de expresión, que es uno de los derechos individuales fundamentales y que, en este caso, subyace al acto de emitir un juicio, no representa por sí misma un principio moral; sin embargo, dado que el derecho de uno es igual para los demás, uno no puede arrogarse el «derecho» de andar por la vida ofendiendo e injuriando a quien se nos dé la gana y no sufrir las respectivas consecuencias. Esto, además, de que ninguna sociedad puede ser posible en un contexto así de belicoso en el cual solamente puede triunfar la irracionalidad.

Emitir un juicio de valor es una labor de excelsa importancia, pues demanda un uso estricto y objetivo de la recta razón y la lógica, esto en función de evitar cometer errores que puedan acarrear consecuencias negativas para uno o para quienes nos rodean, así como para estar preparado para fundamentar inequívocamente lo expresado. Pero esto no quiere decir que uno tenga que ir pregonando sus juicios por doquier. La prudencia, la mesura, el tacto, la necesidad, el contexto y, principalmente, el respeto, son elementos que toda persona de pensamiento racional y conducta moral tiene que tomar en cuenta antes de proceder.

En relación al tema tratado, refutaciones ?o intentos de refutar? tales como «¿quién es uno para juzgar?», «¿quién puede saber la verdad?», «¿quién puede tener certeza de lo que afirma?» y «¿quién no ha cometido errores alguna vez?» son algunas de las típicas preguntas, a modo de excusa, que esgrimen quienes adhieren al principio de evitar juzgar. Si alguna vez te las han formulado, las has leído en algún libro o diario, o bien las has escuchado en algún medio masivo, en casa o en la escuela, es preciso que sepas que ninguna de ellas es válida. ¿Por qué? Basta con responder a cada una de ellas para advertirlo:

1. ¿Quién es uno para juzgar? Un ser con la capacidad para abstraer los datos percibidos de la realidad y, a partir del conocimiento previamente adquirido, razonar y concluir en lo que conocemos como «juicios».

2. ¿Quién puede saber la verdad? Cualquier ser pensante que, mediante el uso de su facultad razonadora y la identificación sin contradicciones de los hechos de la realidad, es decir, de la lógica, haya logrado identificar inequívocamente las características constituyentes del objeto de estudio en cuestión.

3. ¿Quién puede tener certeza de lo que afirma? Cualquier persona que encaje en lo respondido a la pregunta anterior y que, en principio, sepa que es su facultad para razonar su único medio para percibir la realidad y que es esta el marco de referencia para corroborar cualquier juicio al que llegue.

4. ¿Quién no ha cometido errores alguna vez? Todos, por supuesto. Pero los errores son cuestiones de conocimiento. Las faltas morales son el resultado de decisiones conscientes, por lo cual, no encajan en la categoría de errores. Mientras que los primeros son involuntarios, los segundos necesariamente requieren de la voluntad del ser actuante para ser cometidos. Pretender equiparar a quien, por no contar con los conocimientos necesarios, ha incurrido en un yerro, con alguien que, aun sabiendo que lo que va a llevar a cabo es algo malvado, decide hacerlo, es uno de los mayores actos de maldad que cualquier pudiera cometer.

Si todo lo expuesto constituye el fundamento ?o tan siquiera parte de este? en el cual descansa el principio que es objeto de este ensayo, ¿qué cabe esperar de su naturaleza sino una profunda y abyecta maldad hacia la vida? ¿Realmente vale la pena ponerlo en práctica? La decisión en torno a esta pregunta definirá el tono moral de quien la traslade a los hechos, y sobre su persona recaerá la responsabilidad que esto conlleva.



Enfoque Liberal
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Concebido con el objetivo de difundir las ideas liberales en los distintos campos que rigen la vida del hombre, tales como la Economía, la Política, la Ética y la vida en sociedad. Las publicaciones que se realizan en esta página se basan en el conocimiento adquirido del estudio del Liberalismo Clásico, el Objetivismo y la Escuela Austríaca de Economía.

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