Por Simón Petit

Quedaba a unos treinta metros del patio de mi casa. Al frente de los Sánchez. Allí nos reuníamos toda la tropa de la cuadra en un terreno que estaba entre la calle 1 con la Base Naval Juan Crisóstomo Falcón y la avenida 5.
Chebu, Ismael, Vicente, Pedrito, Luis, Leo, Freddy Galvis, Pedro Chivo, Lencho, Hugo, Alfredo, Johnsi, Beto, Cheo, Víctor, Pindo, Loreto, el Cebolla, los García (Frank, Eddie y Robin), los morochos Petit, el zurdo, y tantos más, llenábamos de colores las mañanas, o las tardes (dependiendo de las vacaciones), en aquel terreno donde solíamos jugar.
El roster hubiera sido la envidia de cualquier equipo profesional. Lástima que en aquel entonces, no existía el scout, el agente deportivo, el representante, o cualquier otro nombre que fuera enlace y promotor del talento local. Nos limitábamos solo a reunirnos y jugar beisbol.
No era un terreno apto, claro está, pero si lo suficientemente extenso como para pensar que allí cabía un estadio profesional. Al principio, el terreno lo teníamos “tomado”, y, cuando menos lo pensamos, otros muchachos venidos de la calle 1 o del barrio Nuevo Pueblo, habían hecho sus equipos y debíamos esperar a que alguno perdiera para poder jugar. Llegó el momento en el que había que madrugar para comenzar a practicar y calentar, e inclusive, jugar a temprana hora mientras se acercaban los otros grupos.
Una vez llegó Orlando Reyes a dar una clínica de bateo. En ese tiempo era uno de los principales jugadores del Magallanes y poco después sería la estrella principal de las Aguilas del Zulia.

A Orlando Reyes lo llevó Loreto, a quien nunca le conocí el nombre porque todo el mundo lo llamaba así. Después supe que se nombre fue Alexander Guanipa, quien era su amigo y habló con él para que en uno de sus días libres se llegara hasta el terreno con la intención de formar el trabuco que integrábamos en ese entonces el equipo de Farmacia Lara, un equipo que era lo más granado de la cuadra, obviamente lo mejor de ese campeonato infantil del Tata Amaya, porque los tripones que jugábamos en ese terreno tan irregular, al hacerlo en uno de condiciones, no óptimas pero sí mejores al acostumbrado, sencillamente éramos los fenómenos.
Lencho (Alexis Petit) estaba en campo corto (o el siort, o si le gusta, el short stop), Leo (Leonardo Chirinos) en la tercera, Pedro Lanoy en la segunda, Freddy Galvis en primera y después fue cátcher, en los files estaban Hugo Petit (el lobo), Freddy Higuera y Francisco Sánchez (Chebu), Yo estaba al principio como cátcher; pero después no pude seguir jugando por un accidente en mi mano (me deslicé mal en un robo a segunda base y me causé una herida en la mano derecha). Como pitchers teníamos Juan Carlos Colina y a Cheo Coscorrosa. La Farmacia Lara ese año fue campeón; pero yo no seguí jugando con ellos. A decir verdad del equipo original quedaron muy pocos.
Sin embargo, lo que nunca abandonamos fue el terreno. Allí aprendimos no solo a jugar en condiciones adversas sino a ser de verdad compañeros y equipo. Siempre nos dábamos ánimo en el terreno y fuera de él. Por supuesto, cada cual tenía su referente. Por ejemplo, a pesar de que Lencho admiraba a David Concepción, todos comparábamos su estilo y la elegancia de atajar al de Enzo Hernández. De hecho, así le decíamos: el Enzo Hernández de la Calle 2.
Si la pelota iba a su izquierda corría y al atajarla se impulsaba hacia arriba en un tirabuzón dando una vuelta entera, como si estuviera bailando ballet clásico, disparando con precisión a primera. Si la pelota iba a su derecha, corría y se deslizaba de rodillas, cruzaba su brazo y como un torero que hace una manoletilla de espaldas al público, y buscando el bound perfecto, agarraba en el lance la pelota y tiraba a primera de rodillas con un disparo de setenta millas por hora.
Así jugaba Lencho. En cambio Leo atacaba la pelota, no la esperaba. Se iba de frente o de lado, saltaba un plumbjump o se tiraba de downjump. Era buen bate y corría bien las bases. Freddy Galvis tenía la garra, era la bujía, un brazo que quien intentaba irse a una base en robo era de por sí un out seguro, además de eso, su estilo al robar las bases semejaba al de Pete Rose al tirarse de cabeza como superman.
Pedro Lanoy tenía fuerza, decisión y visualizaba cualquier oportunidad para impulsar una carrera o adelantar al compañero a la siguiente base. Y Vicente Higuera era el capitán en el terreno, anticipándose a las jugadas y con un ojo para las ocasiones de quebrar la defensa con alguna jugada ofensiva inesperada.
Eso para nombrar algunos, porque en verdad todos quienes jugábamos teníamos una cualidad que juntos conformábamos la gran maquinaria de la calle 2. Tanto que siempre ganábamos y eso nos mal acostumbró. En una oportunidad jugando contra el equipo de Nuevo Pueblo, ellos habían traído a otros jugadores quién sabe de dónde, unos importados, mayores que nosotros y eran roster de equipos divisiones amateurs. Lo cierto es que fue una doble tanda.
En el primer juego le dimos un no hit no run, y ellos para sacarse la espina de tal insulto deportivo, nos invitaron a un segundo. El juego estaba cerrado en el octavo inning y nosotros teníamos la oportunidad de irnos arriba con hombre en segunda y tercera. Había un out y Leo estaba al bate. El primer lanzamiento fue un strike. Nos pareció alto el envío; pero el umpire lo vio strike. Luego vino un lanzamiento pegado al cuerpo que Leo se tiró al piso para que no lo golpeara, también fue strike. Leo miraba al umpire y le movía la cabeza negándole que eso no fue lo que cantó. Pero en el tercer lanzamiento, el impacto del bate y la pelota fue tan fuerte que pareció un balazo. La pelota fue a dar entre el center y el left y Leo ya cruzaba de primera para segunda. Vino el lanzamiento del field a la base y Leo se barrió y el umpire cantó out. Leo se paró, gritó, gesticuló, levantaba tierra con el spike y se quedó inmóvil en la base en señal de protesta. El umpire (que después supimos vivía en Nuevo Pueblo) le dijo que saliera que estaba fuera. Y Leo se quedó viendo al umpire y después el suelo, muy callado. No dijo una palabra. Entonces se dirigió a donde estaba el pitcher, primero pidiendo que le entregaran la pelota y después le quitó el guante. Seguidamente fue hasta la segunda base y también tomó el guante e hizo lo mismo con el muchacho que estaba en tercera. Los jugadores se veían entre ellos. Entonces llegó al home plate y le pidió al cátcher que se quitara todo, es decir, el peto, la careta, las chingalas y la mascota. Recogió el bate del piso y fue metiendo por el mango los guantes y los implementos del cátcher; se los puso al hombro y se fue caminando a su casa sin dirigir una palabra a nadie. Todos nos vimos con asombro y nos dieron unas ganas locas de reírnos. Lo peor del caso, es que Leo solo era dueño de un guante y la pelota. El resto era de los demás. No pudimos evitarlo y al final reímos. Uno de los muchachos de Nuevo Pueblo, todavía incrédulo por lo que veía solo atinó a gritar: “A la verrrrrrrrgaaaa….lleváte el terreno también”

Punto Fijo-Paraguaná- Estado Falcón-Venezuela
17 de agosto de 2019

Buenísimo, lo felicito por tan excelente narrativa, no le perdí detalle, es como haber presenciado el juego, sobre todo el final……Gracias por compartir….