LA CALLE 2 – SIMÓN PETIT ARÉVALO – EL CANDIL – AÑO IV – N° 163.
*Crónicas Melómanas*
Faltaban 3 días para la navidad de 1985. Dos jóvenes de Reno, Nevada, de nombres Raymond Belknap y James Vance se encontraban en la habitación del primero. Los jóvenes tenían un comportamiento alterado, típico de su edad, pero eso no justificaba poner patas arriba la habitación en la que se encontraban y, mucho menos, saltar por la ventana a la calle llevando una escopeta en la mano.
Los dos chicos corrieron como locos hasta un parque cercano. Raymond se detuvo. Cogió su arma. Se la colocó debajo de la barbilla y un disparo acabó con su vida. A continuación, James cogió el arma que acababa de utilizar su amigo para seguirle los pasos, pero la suerte le jugó una mala pasada y la bala le destrozó la estructura ósea del cráneo y parte del lóbulo derecho sin llegar a causarle la muerte. Su rostro quedó desfigurado y no fallecería hasta tres años después como consecuencia de la medicación que debía de llevar para tratar sus lesiones.
¿Por qué habían actuado así? La razón del intento de suicidio no se debía a la cantidad de alcohol y drogas que acababan de consumir, a su fracaso escolar, a sus problemas con el trabajo ni al hecho de vivir dentro de familias disfuncionales. La culpa de las muertes de estos dos muchachos la tenía *Judas Priest*; Eso fue lo que dijo Vance después del frustrado suicidio: “Creo que el alcohol y la música heavy metal, como Judas Priest, nos impulsó, o incluso nos ‘hipnotizó’, para creer que ‘la respuesta a la vida era la muerte’”.
Para explicar el motivo que les llevó a quitarse la vida, Vance citó las letras de las canciones del álbum “Stained class” (1978) de Judas Priest, el disco que estaban escuchando antes de sumergirse en la posterior tragedia. No es la primera vez que esto ocurre: suicidarse después de escuchar alguna canción o grupo.
En la década de 1970, en Venezuela, un asistente a un concierto de Santana y en plena ejecución de Soul Sacrifice, un joven subió hasta una de las torres de iluminación del sitio del concierto y se lanzó al vacío pensando (o imaginando) que era un pájaro y quiso volar.
La susceptibilidad de las emociones a flor de piel sería en este caso la única explicación que pudiera darse a estos suicidios. Sin embargo, en el caso del rock, pocas son las noticias sobre esta situación, llevándose el mayor número de muertes solo una canción y en otro género.
Una sombría canción hacía perder el juicio a quien la escuchaba y le obligaba a quitarse la vida. Billie Holiday grabaría la versión más famosa de este tema, ‘Gloomy sunday’, de Pái Kalmár su intérprete original; pero la leyenda negra comenzó en la Hungría de los años treinta con 17 muertes, donde las personas dejaban una nota con fragmento de los versos de esta canción: “decid a los ángeles que dejen sitio para mi// domingo triste// tantos domingos solo en las sombras// iré ahora con la noche donde quiera que vaya// los ojos brillan como velas que se queman ardiendo// no lloren amigos, mi carga es ligera// con un último aliento vuelvo a mi hogar// a salvo, en la tierra de las sombras vago// domingo triste.
PUNTO FIJO – PENINSULA DE PARAGUANÁ – ESTADO FALCÓN – VENEZUELA.