ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO IV – N° 178.-
Recurrentemente he leído en debates sobre la libertad a personas que alegan que no existe tal cosa como la libertad «absoluta» en el entendido de que nadie puede impunemente quitarle la vida, agredir o robar a sus semejantes.
En otras palabras, esa conclusión parte de la idea de que, como ningún individuo goza del «privilegio legal» de ocasionar perjuicio a los demás, entonces la libertad, como tal, no puede ser absoluta.
Esto, por supuesto, es un evidente equívoco conceptual, pues, la libertad no es más que la ausencia de coerción en un contexto social, en el cual cada uno tiene el derecho de vivir su vida de acuerdo con su criterio y procurar lo mejor para sí mismo.
Si analizamos con cuidado dicha definición, podemos advertir que, si cada persona tiene el derecho de vivir su vida en un contexto social en el que quede proscrito el uso de la coerción en cualquiera de sus formas (exceptuando la que se emplea defensivamente), entonces se puede concluir en que, así como uno goza del derecho de vivir sin que los demás nos causen daño alguno, esas mismas personas están en la misma situación que uno, por lo cual, iniciar la fuerza contra ellas para pretender lograr algún tipo de beneficio personal socavaría de raíz el concepto de libertad.
Por tanto, la libertad «absoluta», que es una redundancia, puesto que, si la libertad pudiese ser «a medias», en donde solo algunos ostenten la prerrogativa de dañar al resto, entonces estaríamos hablando de cualquier otra cosa excepto de libertad.
Cada vez que alguien habla de «justicia social», de una supuesta «compensación por injusticias del pasado», en realidad está hablando acerca de tomar la posta de los verdugos de otros tiempos a los que se refiere.
Nadie puede cargar con culpas ajenas, ya sea que tenga en común un sinfín de características, como pueden ser el linaje familiar, la raza, la etnia, la nacionalidad, el credo, la ideología política, o cualquier otra razón que se esgrima.
Perjudicar a personas inocentes con la finalidad de hacerles pagar por las maldades cometidas por otras personas, siempre será ilegítimo y, en consecuencia, inmoral.
Es en este contexto en el cual algunos de los defensores del pensamiento igualitarista pretenden imponer una suerte de «libertad con restricciones», de tal manera que cuenten con carta libre para legalmente pero ilegítimamente obtener provecho de personas a las cuales absurdamente asocian con enemigos imaginarios que forman parte de su dialéctica, concluyendo así en disputas entre «blancos y negros», «ricos y pobres», «blancos e indígenas», «burgueses y proletarios», y demás invenciones que únicamente le han servido a un puñado de pseudointelectuales para copar puestos en el Gobierno, obtener beneficios económicos, favores políticos, entre otros.
La libertad es absoluta, total e imprescriptible, o no lo es. Cualquier otro discurso retórico que se emplee para pretender justificar una postura contraria, no pasará de ser una manera más de buscar establecer la injusticia y la supresión de la libertad en favor de sus perversos intereses.
NOTA DEL EDITOR: Este artículo fue publicado originalmente en la página «Enfoque Liberal», y es compartido en «El Candil» con autorización de su editor.