ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO VI – N° 265.-

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Es bien sabido que un importante sector de los denominados millennials y centennials, es decir, personas entre aproximadamente 15 y 45 años, son muy proclives a apoyar causas de corte progresista, no en el sentido de la búsqueda de un progreso real para la vida humana, sino de la versión friendly del socialismo, una que tiende a apelar a las emociones, a mostrar a sus representantes políticos como «amigos de la juventud«, recurriendo muchas veces a la adopción de las modas y tendencias del momento para así atrapar la atención y preferencia de ese público objetivo, mismo que, en la mayoría de casos, conoce poco o nada (y, de plano, no tiene interés alguno de aprender) sobre política, leyes, constitucionalidad o economía.

Si bien el papel que en este proceso de adoctrinamiento desempeñan los equipos de marketing de malos políticos junto con los medios de comunicación y varios personajes de Hollywood con ínfulas de autoridades morales, pero cuyo conocimiento de la realidad es tremendamente exiguo, un punto clave para comprender esto se encuentra en la enseñanza que se brinda en los centros de estudio, muchos de ellos plagados de veteranos docentes que no pasan de ser tipos frustrados en la vida porque fueron testigos del auge y caída de aquellos regímenes totalitarios que implementaron sus macabras y anacrónicas ideas en el plano real. Esa despreciable casta integrada por aspirantes a dictador se ha encargado de adoctrinar tanto a los nuevos estudiantes como a los docentes más jóvenes, logrando así la continuidad de su línea de enseñanza.

Pero lo que llama más la atención de estas nuevas generaciones es su peculiar relación de amor/odio por los frutos de las políticas liberales en el mercado. Se la pasan repitiendo los eslóganes anticapitalistas que les inculcaron como si de un manual se tratara; sin embargo, continúan siendo asiduos consumidores de todo lo que produce ese «malvado capitalismo» que alegan despreciar. De ello se derivan expresiones tales como «socialista de Starbucks«, «anticapitalista de iPhone» y similares, las cuales evidencian la disonancia cognitiva de estos llamativos personajes.

Ante las críticas sobre esta contradictoria actitud, no se han hecho esperar los vanos intentos para excusarse, aduciendo que el hecho de consumir productos y servicios que han sido posibles gracias a los semi-libres mercados del mundo, no implica que no sigan en firme oposición al motor que hizo posible todo ello: las ideas capitalistas, esto a pesar de que muchas veces tienen una extraña fijación por los productos más costosos y sofisticados de las marcas más capitalistas (independientemente de que, por una mera cuestión de estrategia de mercado, aparenten ser amigables con las ideas progresistas… hasta que la moda cambia).

Y en esto consiste su cínica y risible hipocresía. Si uno realmente se considera opositor a cierto tipo de ideas, no solo rechaza su contenido intelectual y su moralidad, sino que también lo hace con las consecuencias de su aplicación. ¿Esto significa que tendrían que dedicarse a vivir totalmente apartados de la civilización o a consumir solo lo que ellos mismos producen (si es que alguna vez lo hicieran)? No.

Bien podrían aplicar la teoría que defienden y empezar por renunciar a su propiedad, organizarse con sus aliados y llevar una forma de vida comunal, en donde no haya cabida para la propiedad, el dinero y una autoridad central, siendo el lema «De cada cual, según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades» el que impere en sus relaciones de intercambio.

Pero, como siempre, es más fácil pretender ser anticapitalista desde la comodidad del sofá de la casa, con el estómago y la nevera llenas y la pantalla del último modelo del smartphone en la mano que resiste cualquier incoherencia que se les ocurra escribir.

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