ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO IV – N° 185.-
En la natural y habitual realización de juicios de valor con respecto al proceder de un individuo, existe un problema ampliamente extendido acerca de la diferenciación entre lo que constituyen los errores de conocimiento y las faltas a la moral.
Mientras que lo primero es inevitable en virtud de la imposibilidad de la omnisciencia, además de brindar la posibilidad de aprender del error para no volver a cometerlo, lo segundo no requiere más que la distinción entre lo que es bueno y lo que es malo, y la voluntad para hacer una de ambas.
En otras palabras, una falta a la moral es el resultado de una decisión consciente y voluntaria, algo que una persona determina hacer motivado por sus valores (aquello que valora en la existencia) y principios (verdades fundamentales que conducen hacia la consecución de los valores).
Tristemente, es muy común toparse en estos días con gente que considera que un homicida, un estafador, un infiel, un violador, un ladrón u otro ser miserable, es alguien que «ha cometido un error», o bien alguien que «no sabía lo que hacía», y que, por ello, merece una segunda oportunidad, pues, «¿quiénes somos para juzgar?». He allí uno de los mayores síntomas de la decadencia moral que distingue a las sociedades actuales.
«¿Quiénes somos para juzgar?» es una pregunta sumamente torpe e inútil. A quien la formule, le respondo: Somos seres racionales, con la capacidad de elaborar razonamientos que deriven en juicios de valor mediante los cuales elegimos lo que, a nuestro criterio, consideramos lo más adecuado para nuestra vida.
Para toda persona, el proceso de juzgar es vital, ya sea para elegir qué alimento consumir, qué vestimenta utilizar, qué oficio desempeñar, con quién entablar una relación sentimental, etcétera. Entonces, si somos seres racionales, con la consecuente capacidad de razonar, se puede inferir no solo que podemos decidir entre cometer un acto bueno y uno malo, sino también decidir aprender qué es lo bueno y lo malo. Quien se rehúsa a aprender y luego se excusa con su ignorancia, es tan culpable como aquel que obró mal a pesar de saber lo que hacía.
Lo anterior no debe confundirse con algún error de conocimiento en el que pueda incurrir alguien que activa y voluntariamente decide aprender para procurar desempeñar su labor cada vez mejor. Hay una enorme diferencia entre quien decide aprender y quien no lo quiere hacer.
Mientras que el primero puede cometer errores involuntarios debido a que no posee todos los conocimientos al respecto (la omnisciencia es imposible), el segundo comete faltas de manera voluntaria, con la intención de lograr el oscuro objetivo que solo puede perseguir un actuar inmoral.
Y aunque esa persona siempre tendrá la posibilidad de cambiar para bien su manera de pensar y obrar, pretender eximirlo de su responsabilidad es tan o más inmoral que la acción cometida por este.