ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO V – N° 217.-
Estuve viendo en la televisión algunos videos que muestran como protagonistas, a animales en situaciones donde casi que hacen pensar a los espectadores, que son seres pensantes y de sentimientos, la mayoría de las veces loables. En la vida real se conocen casos de mascotas que han solucionado situaciones complejas, llegando a salvar la vida de sus amos. También casos en que ponen de manifiesto, cómo extrañan o celebran las ausencias de sus cercanos cuidadores.
Se habla por lo general de la «lealtad» de los perros mascotas. También cómo sirven y apoyan en muchas labores y detalles como rescatar, defender celosamente un niño, alcanzar las pantuflas, el periódico, o hasta agua para calmar la sed. Algún comentarista se preguntaba cómo sería si los perros hablaran, considerando todo lo que aportan, aun con su limitada capacidad de comunicación.
Una deducción probable a la pregunta del comentarista podría ser que, si los perros hablaran, disminuiría el número de empleados domésticos, mayordomos o vigilantes de confianza. Creo que sin parecer contracorriente, la cantidad de perros mascota disminuiría considerablemente, lo mismo que el negocio asociado a su mantenimiento. Creo que para beneficio de los perros mascota (o guardianes, o de servicios, o de trabajo o de simple diversión) su silencio es su garantía de no convertirse en especie en extinción.
No estoy pensando que el mayor problema de estas mascotas, si hablaran, sería su capacidad de traicionar la lealtad y ganarse el repudio en vez de la simpatía y amor de sus propietarios como se pudiera imaginar.
No está plenamente demostrada la inteligencia de las mascotas, aunque si es visible en todo momento, la reacción ante sus necesidades y satisfacción de estas, por sus medios de expresión. Mi consideración es más hacia la concepción, utilización y expectativas sobre el término “LEALTAD” por parte de los seres “pensantes”.
LEALTAD: Oxford:
1.- Cualidad de leal.
«la lealtad de un animal con su amo»
2.- Sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien.
La palabra «lealtad» está formada con raíces latinas y significa «cualidad de ser respetuoso de la ley». Sus componentes léxicos son: lex, legis (ley), -alis (relativo a), más el sufijo -dad (cualidad).
Creo que el número de perros fieles disminuiría si hablaran, ya que independientemente de un juicio inteligente, un animal no puede negar sus instintos y en un momento dado, sin consciencia de lo que pueda creer su amo, puede actuar poniendo en evidencia actos y comportamientos que no serían adecuadamente juzgados por los demás. (Se castra a muchas mascotas, para evitar que divulguen o se comporten de una forma no deseada por su amo). No me imagino un perro diciendo que se quiere comprometer y su amo convenciéndolo que no, como no me imagino un padre castrando un hijo para evitarle descendencia o una “mala relación”
Creo que el problema que puede presentárseme en el caso de esta palabra, que puede representar un valor importante en las relaciones de los seres humanos (¿Como animales? O.. como seres pensantes?) es imaginarme que deben existir sujetos pasivos de la lealtad y sujetos activos. Quiénes son receptores de la lealtad de otros y quiénes son “leales”. ¿Se puede ser “leal” a unos principios, creencias, o solo a las personas? ¿Se puede ser “leal” a una prédica, aunque no se esté de acuerdo con el comportamiento del predicador en un momento dado? ¿Guardo silencio? ¿Cuándo soy cómplice? ¿Un padre es desleal con su hijo si lo entrega a la justicia por violarla? ¿El amor paternal es comparable a un instinto?
Mi opinión es que para los animales es imposible ser sujetos activos de una lealtad esperada por sus amos, si esta va contra sus instintos. Al actuar en contra de la voluntad y deseos de su amo, así sea por instinto, quien puede ser sometido al juicio público al ser divulgado, no va a ser la mascota, va a ser su amo y creo que los “amos” no estarían todos dispuestos a ventilar sus debilidades, secretos y comportamientos aun puntuales. Sería preferible no tener mascota con capacidad de divulgar. De allí mi conclusión de que disminuiría el número de mascotas, si estas hablaran
Pensemos cómo funciona este concepto, “lealtad”, en el mundo de los seres humanos y en situaciones más amplias que la relación uno a uno como son las de mascota y amo. Cómo funciona de cara a la actuación en ambientes donde se manejan situaciones de poder y comunidades y su discernimiento y ética.
No se trata de cómo actúa y piensa el leal, o desleal. En este caso también, no es solo la valoración del “amo”. Es el juicio de la sociedad. Si miramos situaciones en nuestros países latinoamericanos, existe una cantidad de hechos en los cuales se han presentado escándalos relacionados con personajes muy cercanos a primeros mandatarios, que han comprometido hasta la estabilidad y gobernabilidad de los países. Normalmente se trata de casos fuera de la ley, que salen a la luz por las declaraciones o comportamiento de alguien de mucha confianza, “leal”, al primer mandatario. El caso más reciente se viene desarrollando estas semanas en una democracia aparentemente sólida, con las características típicas de lo que cualquiera desprevenido enmarca perfectamente en el ámbito de “lealtad”. Un hijo se cree “leal” a su padre en la labor de recaudar fondos de dudosa procedencia para elegirlo presidente y este, “lo clasifica con valores distintos a los suyos, por no haberlo “criado”. Hace menos de un año en otro país de Suramérica se presentaba la misma situación que llevo a la salida de un gobierno por “lealtad familiar”
A mi modo de ver, es una mala interpretación a partir de la confusión de conceptos. Se asocia lealtad con “complicidad”. Los dos tienen el ingrediente de la ley. Sin embargo, en uno de los casos se trata de cumplimiento y en el otro se trata de transgresión. Se pretende que alguien leal debe ser cómplice y que cuando por algún motivo deja de serlo y revela los detalles de la complicidad, se convierte en ‘desleal”.
Lo que realmente se presenta es el quiebre de la asociación para delinquir cuando ya casi no hay mecanismo de ocultamiento.
Casi todos los habitantes de nuestros países conocieron en detalle el alcance de la distribución de los dineros públicos por parte de una empresa constructora. Por lo menos 10 países envueltos en el reparto. ¿Cuántos leales, que no denunciaban? ¿Cuántos cómplices que exigían mayor participación? ¿Cuántos leales que miraban para otro sitio al emitir el juicio y cuantos votantes seleccionando los mismos “leales” o “cómplices” a cambio de pequeñas dádivas que se extendían como la lluvia ácida mojando a multitudes? ¿Cuántos esclavos de la lealtad mal entendida, como forma de obtener dádivas?
Es prácticamente imposible en los casos típicos, actuar en solitario para delinquir, por eso el cabeza de la asociación se ve en la necesidad de elegir cómplices, normalmente con “habilidades” especiales para perpetrar el delito. El problema se presenta cuando la remuneración y participación en el reparto o reconocimiento, no es de la satisfacción del cómplice utilizado. En ese momento el cabeza de la asociación para delinquir queda en manos del cómplice y la información que maneja.
Como se le puede pedir a alguien que llega al poder conspirando, o por las armas o por fraude, que una vez en el cargo, deje de buscar oportunidades de transgredir la ley, ¿para su beneficio y el de sus cómplices?
Igual que en el mundo de las mascotas, en el mundo de los seres “racionales” tampoco parece que se le puede pedir a alguien que vaya contra sus instintos. Especialmente si estos se han venido convirtiendo en uso y costumbre y se van “normalizando” en la sociedad. Recuerdo algunas frases exculpantes pronunciadas por “lideres”. “NNNN roba, pero deja trabajar” “¿Si los jefes roban, por qué no lo pueden hacer sus subordinados?” “La corrupción debe mantenerse en un nivel aceptable.”
De allí es fácil caer en la generalización y hablar de que todos los congresistas son bandidos, que todos los empleados públicos son corruptos, que todos los presidentes y sus ministros son traficantes de influencias y deshonestos. En fin, que la sociedad “soberana” el pueblo “meesmo”, debe acostumbrarse a vivir en la suciedad porque el discurso y narrativa conveniente, es que no se puede cambiar y cada poder está más sucio que el otro. Salir de la suciedad es ser “desleal”
La solución, expedita y cada vez más utilizada como normal es decirle al pueblo, Uds. también tienen derecho de participar en la piñata. A Uds. también se les debe dar algo, si me apoyan y no me juzgan. Si me demuestran su “lealtad” así, yo a cambio pago el voto, con dádivas o favores.
¿Ese tipo de “lealtad” no tiene el perfil de esclavitud?
Definitivamente el camino a seguir es reforzar el concepto de lealtad asociado a sus orígenes, e imponer la necesidad de exigir convertir cada programa/promesa de un aspirante del favor popular, en un presupuesto con el cual la sociedad pueda decidir y contra el cual pueda medir ejecutoria.
La lucha de la sociedad por alcanzar y mantener su libertad debe mantenerse siempre, aunque se corra el riesgo de ser utilizada para elegir esclavizarse, por las falsas lealtades.
Álvaro Ramírez
Ingeniero Industrial con entrenamiento en USA, England, Holland, UCLA, Penn State y Michigan. Gerente de logística de bienes y servicios operaciones y proyectos en Shell de Venezuela, Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), Petroquímica de Venezuela, S.A. (PEQUIVEN), BARIVEN, y Canadian Oíl Company de Colombia. SEO PROCURAMOS, proyectos, consultoría y asesoramiento internacional.