Los derechos del individuo en relación con la mujer, el feminismo y otras minorías.

ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO III – N° 155.

Cuando se habla acerca de derechos, necesariamente se hace referencia a los derechos individuales, es decir, a los derechos de todas las personas.

Se ha alegado mucho acerca de los derechos colectivos o de los derechos de los animales, pero tales cosas no son posibles porque se oponen de raíz al fundamento de los derechos: estos son únicamente de seres racionales, metafísicamente independientes, cuya naturaleza exige libertad de acción para obtener y conservar los valores que requieren para prolongar su existencia, entre lo que se incluye la libertad de pensamiento, de expresión, de tránsito, de asociación, de propiedad, entre otros.

En síntesis, los derechos son y solo pueden ser de las personas, sin ningún tipo de distinción, y de nadie más.

¿Esto le da carta abierta a cualquiera para que maltrate animales y atente contra grupos humanos? Definitivamente no. Los derechos definen la libertad de la acción humana y sus límites, pero aquello relacionado con la conducta humana y las decisiones individuales es parte del estudio de la moralidad, no así de los derechos.

Por otra parte, es cierto que, durante muchos siglos, diversos grupos humanos, es decir, los individuos que los integran se han visto negativamente afectados por la tiranía ejercida sobre sus vidas por parte de sujetos miserables quienes, aprovechando su posición de poder, provocaron una serie de injusticias las cuales, en mayor o menor medida, afectaron tanto a mujeres, negros, indígenas y homosexuales, por mencionar algunos.

Aunque los derechos individuales no son una creación del Gobierno ni una invención antojadiza sino la mera identificación de la naturaleza de la vida y de sus exigencias, estos han sido completamente ignorados o bien obliterados en pro del beneficio de unos cuantos. También es cierto que desde la introducción formal de la noción de los derechos individuales en el Siglo de las Luces, de la mano de notables pensadores liberales como Locke y Montesquieu, se ha ido logrando una progresiva igualdad en derechos, no solo con respecto a las mujeres y otras minorías en relación con el hombre noble, feudal o aristocrático, sino también con respecto al hombre que no pertenecía a dichas castas y que muchas veces fue blanco de mayores y más duras injusticias, siendo empleado casi como un mero animal de trabajo de campo, hasta ser enviado como carne de cañón a las guerras.

En ese sentido, los siglos posteriores fueron encaminando a las naciones hacia el grado de civilización del cual hoy gozamos, uno en el que formalmente casi no existen disparidades en derechos, salvo quizá aquellas referentes a la comunidad LGBTI (nuevamente, a los individuos que integran esa comunidad), pero sobre las diferencias fundamentales de derechos entre hombres y mujeres, que es acerca de lo que desde hace tanto tiempo se sigue hablando, ya no solo no cabe hablar acerca de derechos que los hombre posean y no así las mujeres, sino que, debido a la presión ejercida a lo largo de las últimas décadas por movimientos feministas inspirados en el pensamiento de la segunda y tercera ola, muchas legislaciones han incorporado tanto leyes como derechos cuya finalidad pretende subsanar injusticias del pasado, pero que no han hecho más que generar nuevas injusticias que tienen como víctimas a los hombres.

El gran problema con ello es que se trata de una imposibilidad absoluta: si en el pasado ciertos individuos, que llevan muertos mucho tiempo, cometieron actos injustos contra otros individuos, que también llevan mucho tiempo estando muertos, ¿cómo, por qué y de qué manera es que las personas que ahora mismo viven van a subsanar esas injusticias?

Esta es una de las más evidentes contradicciones del feminismo en lo que a esto respecta: el asumir que tanto hombres (o varones) como mujeres, son entidades únicas que, de alguna forma aún no explicada, heredaron las culpas de aquellos individuos que ya no viven, pero que, por el simple hecho de haber compartido determinadas características sexuales (o bien de raza, credo o nacionalidad), se encuentran, pues, en la obligación de pagar por algo que no hicieron. ¿No es esta una de las más grandes irracionalidades concebidas alguna vez? ¿Por qué es correcto castigar a inocentes por la culpa de otros quienes, además, ya ni siquiera viven?

Es claro, que las típicas salidas de esta gente, tales como «no lo vas a entender hasta que abusen de una mujer en tu familia», «tú no eres una mujer como para entenderlo», «tu papel se limita solo a apoyar nuestra causa en silencio, sin cuestionar», son lo más cercano que pueden esgrimir como una endeble defensa que hace agua por todas partes.

Lejos quedaron los alegatos del nivel de Mary Wollstonecraft, Lucretia Mott, Olympe de Gouges y Emmeline Pankhurst, quienes con justa razón clamaron por que se reconozcan muchos de los derechos de las mujeres que, hasta entonces, eran casi nulos.

Hoy, en cambio, la lucha toma por base un odio irracional alimentado por el resentimiento y la hipocresía de cierto sector feminista (en complot con los medios masivos y la infeliz cultura colectivista del progresismo), el cual es exacerbado por los casos de violaciones, asesinatos y maltratos que, aun siendo evidentemente condenables, son tendenciosamente ensalzados con la retórica del inexistente «feminicidio» (no hay caso alguno en la historia reciente en el que se haya certificado inequívocamente que una mujer haya sido asesinada por razón de su sexo biológico; un crimen pasional no es un «feminicidio», pero es claro que añadir ese agravante satisface las ansias de venganza de quienes apoyan tal cosa) para acaparar la atención. ¿Con qué finalidad?

Esta se manifiesta de muchas formas: pretender recibir privilegios del Gobierno; promover su irracional revanchismo contra gente que nada les ha hecho; y, en el proceso, cubrir vacíos psicológicos derivados de trastornos de personalidad y otras enfermedades mentales. Para no desviarme del tema central, no entraré en detalles acerca de la serie de desventajas que, de manera integral y real, afectan negativamente al hombre, pues son tan evidentes y han sido tratados en tantos espacios que prefiero animar al lector a informarse por cuenta propia.

El abuso, el maltrato, el ignorar los derechos de alguien aunque formalmente existan, la exclusión social sin fundamentos racionales (a un antisocial que se dedica a causar perjuicio a su prójimo es completamente legítimo excluirlo socialmente llevándolo a prisión), es decir, el hecho en sí de socavar la vida, la integridad, el plan de vida y demás derechos y cuestiones exclusivas de una persona, sea quien fuera esta (en tanto en cuanto no se trate de un criminal), siempre estará mal y será un acto inmoral, ilegítimo y reprochable a cuyo autor o autores tiene que castigárseles severamente. Y, del mismo modo, generalizar y estigmatizar a personas que tienen en común características accidentales como el sexo, la raza y similares, es igualmente perverso y su total rechazo se torna imperativo. Tal y como lo dijo Ayn Rand: «Ningún mal se erradica adoptándolo y practicándolo».

NOTA DEL EDITOR: Este artículo se publica en El Candil con autorización de su autor. Publicado originalmente en la pagina Enfoque Liberal bajo la plataforma de Facebook, cuyo algoritmo no permite sea compartido, ni desde, ni hacia WordPress.

UNETE AL CLUB

¡Se parte de El Candil!

Recibe actualizaciones cada domingo

¡No hacemos spam! Lee nuestra [link]política de privacidad[/link] para obtener más información.

UNETE AL CLUB

¡Se parte de El Candil!

Recibe actualizaciones cada domingo

¡No hacemos spam! Lee nuestra [link]política de privacidad[/link] para obtener más información.

Tu opinión cuenta. Nos permite valorar contenidos.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.