Los fake vs real news

SIMÓN PETIT ARÉVALO – EL CANDIL – AÑO IV – N° 170


En el 2017 se estrenó una película protagonizada por Meryl Streep y Tom Hanks que tiene por título The Post: Los secretos oscuros del Pentágono.

Producida y dirigida por Steven Spielberg, la sinopsis de ésta es la historia de cómo en 1971, una decisión, valiente sin duda, por parte de la dueña del The Washington Post, da lugar a una serie de eventos que se desencadenan con un acontecimiento histórico en la vida republicana de los EE.UU., como fue la renuncia del presidente Nixon en 1974.

La película realmente no narra esto; pero lo señalo particularmente como un desencadenante. Ciertamente, El Washington Post publica una serie de artículos relacionados con el informe McNamara, un texto de 4000 cuartillas donde se pone de manifiesto cómo el orgullo del Estado norteamericano se antepone a la lógica, justicia y razón, en continuar un conflicto bélico con Vietnam que, según palabras de McNamara, estaba perdido y no tenía sentido continuar.

Ese informe se redactó entre 1969 – 1970, y aun así, Nixon persistía en seguir enviando tropas donde murieron miles de soldados norteamericanos en los campos de batallas vietnamitas. La idea era continuar presionando militar y políticamente a Ho Chi Min para que cediera a negociar o derrocarlo con un final feliz, es decir, como terminaron posteriormente- y una vez aprendida la lección de Vietnam en los años siguientes – Sadam Husein y Muamar Gadafi.

En ese momento la libertad de prensa fue certera y “al servicio del pueblo y no de los gobernantes” como muy acertadamente lo transcribe la sentencia de La Corte Suprema de los EE.UU., en el fallo que favoreció al New York Times, The Washington Post y once periódicos nacionales que se sumaron a la denuncia con la publicación del informe. Aquí destaca que si bien hubo motivo y argumento para esta campaña, en el fondo contra Nixon, lo publicado era puro y real. Contrario a lo que ocurre con los años siguientes, los intereses de dueños de medios en alianza con sectores políticos han desvirtuado y manipulado las noticias del momento, consolidando con nuevas formas lo que conocemos ahora como el fake news.

Por supuesto, no es nuevo. Basta recordar el alcance de William Randolph Hearst, quien se dio el tupé de incluso propiciar y fomentar la tensión diplomática entre EE.UU y México, y también entre Cuba y España. Su poder de persuasión y manipulación se vio fortalecido en las ambiciones de utilizar los medios como instrumentos políticos cuando, en medio de la guerra de Cuba (1898), el acorazado estadounidense Maine explotó en el puerto de La Habana, y fue Hearst quien con los medios impresos que dominaba y pertenecían, señaló a España como culpable de un supuesto sabotaje y solicitó por aquel entonces al presidente estadounidense William McKinley, iniciar una guerra contra los españoles, algo que el gobierno no tenía en mente. La guerra facilitó a Estados Unidos el dominio del Canal de Panamá y de las últimas colonias españolas de ultramar. Y por supuesto las ganancias por ventas de sus periódicos y revistas de Hearst se incrementaron, así como su relevancia de credibilidad y asesoría en el terreno de la política.

De allí se ha hecho costumbre que los grandes medios de comunicación en alianza con las más oscuras organizaciones del Estado de cualquier nación hacen y deshacen con la post verdad. En estos tiempos del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, la guerra de la información es la más reñida. Vídeos van y vienen, notas y tips vuelan en el ciberespacio y los noticieros más que informar, se dedican a opinar el punto de vista del editor o del guion que previamente ha sido redactado.

Me ha tocado a propósito de esto leer tres libros interesantes: Fake News: La nueva realidad (Esteban Illades), Fake News, la nueva arma de destrucción masiva (David Alandete) y Fake News, la verdad de las noticias falsas (Marc Amorós García). Cada uno con su visión, pero coincidentes en cuanto al tratamiento del libre ejercicio del periodismo y el clima envenenado que ahora se vive en la oficina de cualquier sala de redacción. En todo caso, es tanta la información y el bombardeo de ésta, que no nos da tiempo de digerir ni analizar dónde está la verdadera noticia. Los guiones –que en algunas oportunidades son racistas- van dirigidos como un misil inteligente al corazón de la audiencia.

Otra constante en esta fórmula de la información del momento es la incursión de los hackers para desestabilizar los planes de los gobiernos u organizaciones. En el 2016 salieron a la luz más de 19.500 archivos liberados por Wikileaks que comprometían al partido demócrata de los EE. UU., y el ataque fue perpetrado por hackers del gobierno ruso. Desde entonces, el gobierno norteamericano buscó la manera de no solo neutralizar sino de acabar con la moral de los rusos de alguna forma.

Y la jugada salió perfecta porque, en este momento en el que la guerra a Ucrania pone en el tapete mediáticamente al malo de la película, la comunidad mundial de los hackers se ha unido contra Rusia en un ataque bestial comprometiendo todo lo que esté en sus plataformas: desde los más inocentes correos del ministro de la defensa hasta el más duro insulto de Putin a éste por no haber atacado un día antes de lo anunciado.

Lo que sí es cierto, es que cualquier guerra o invasión sea el motivo que fuere, es condenable. Los pueblos y su autodeterminación son parte sustancial de lo que es la dinámica del crecimiento de las naciones, siempre y cuando sus decisiones no afecten a otra. La guerra es destrucción, desolación y muerte. La guerra es la peor pesadilla para cualquier ser vivo. Preparar el futuro para un escenario distópico pareciera ser la proyección de estos tiempos. Ojalá tal apreciación no se cumpla y sea solo eso, una mera apreciación.

Hace algunos días leí esta frase anónima en una pared: “Qué Maravillosa es la Humanidad” y enseguida recordé otra de Alí Primera: “Ayúdenla, ayúdenla, que sea humana la humanidad”.



Simón Petit Arévalo
Simón Petit Arévalo

Poeta, ensayista, guionista y compositor venezolano del estado Falcón. Productor general de más de 1500 programas para radio y televisión. Fue director general del Ateneo de Punto Fijo presidente del Instituto de Cultura del estado Falcón. Fue vicepresidente de la Fundación Amigos de Paraguaná y presidente del Fondo Editorial Alí Brett Martínez.  

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