ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO IV – N° 174.–
Escuchando algunos analistas sobre la situación que se está presentando en América con la elección de sus mandatarios, casi todos coinciden en que se está dando un cambio. He oído a propósito de elección de mandatarios, que el pueblo está ejerciendo su derecho democrático y busca la solución de problemas que ha arrastrado tradicionalmente, mediante la elección de lideres que prometen implantar cambios sustanciales, igualdad, defensa de los derechos individuales, mejor utilización de los recursos, distribución equitativa de la riqueza, justicia, en fin, lideres que prometen construirles una sociedad mejor para vivir. A propósito de estos procesos electorales de los últimos años, se oye a los expertos al final de los mismos, alabar la MADUREZ DE LOS PUEBLOS. Se les oye decir que los pueblos han aprendido a participar en procesos pacíficos, para la elección de sus mandatarios. Ya no se presentan los hechos de mediados de siglo pasado cuando los pueblos se enfrascaban en luchas fratricidas, golpes de estado y ejercicio de la autocracia. Eso, según opinadores expertos, es MADUREZ política y debe dar satisfacción y tranquilidad a los ciudadanos, saber que son mejores que las generaciones anteriores en la selección de sus guías. Al terminar cada proceso eleccionario el pueblo debe felizmente festejar que se llevó a cabo una elección sin hechos de violencia ni muertos. Los organizadores, las instituciones, los órganos de control, la fuerza pública y toda la sociedad en general debe sentirse feliz porque ahora el pueblo tiene mayor MADUREZ POLITICA, para elegir y aceptar los resultados. Ese es el discurso presente en todos los procesos que se están llevando a cabo en América.
Sin ser un erudito en el comportamiento humano me gustaría tratar de analizar un poco esa percepción y venta que se le hace a la sociedad sobre su MADUREZ. ¿Es posible pensar que efectivamente somos mejores sociedades y más maduros porque cada vez, en cada proceso eleccionario solucionamos los problemas con menos balazos y más abrazos como diría un presidente?
A riesgo de parecer contracorriente, ¿no podríamos preguntarnos si lo que hemos cambiado son las balas? Ciertamente los proyectiles son cada vez menos, de plomo. (Aunque para mi gusto todavía hay muchas minas en los caminos, vehículos bomba y asesinatos durante las etapas prelectorales).
Además del cambio de los proyectiles, creo que también podemos pensar un poco en las motivaciones. En el siglo pasado, hace solo 40 o 50 años, buena parte de las luchas fratricidas estaban asociadas a sentimientos y creencias. ¿Hoy las luchas “democráticas” son mejores porque ya no se basan en sentimientos y creencias, sino en intereses altruistas? ¿Es eso lo que debemos creer? ¿Realmente?
Explorando un poco el término “MADUREZ”, por cierto, ejemplo claro de lo que puede hacerse con el léxico, se vende como sapiencia, cúmulo de valores, estadio superior del ser humano logrado con el tiempo, muralla contra el accionar impulsivo, en otras palabras, suma de virtudes que provocan una oleada de orgullo a quien haya llegado a alcanzarla.
Me gustó una descripción que encontré explorando el término. Es parte del enunciado de una “fundación clínica de la familia” Argentina, que trabaja según su misión, para la salud mental de los individuos y su familia:
“Madurar significa salir de nuestra visión egocéntrica para comprender que existe un mundo más amplio y complejo, un mundo que a menudo nos pondrá a prueba y que no siempre satisfará nuestras expectativas, ilusiones y necesidades”.
Para sentirme un poco más cómodo con esa concepción e introducirle un elemento de acción que no la ilustre solo como una situación lograda y pasiva, le sumaría como complemento: “También significa el compromiso de participar para lograr una interacción sostenible, que le brinde un mejor mundo futuro a la comunidad de la que formo parte”
Partiendo de esta, mi apreciación, me cuesta trabajo asegurar que nuestro pueblo actualmente es más maduro políticamente que el de nuestras generaciones anteriores. No sé cómo podríamos sentirnos hoy orgullosos de ser más virtuosos, más maduros políticamente, en el proceso de darnos nuestros mecanismos de gobierno.
Creo que hemos cambiado los sentimientos políticos apasionados basados en creencias, por actitudes más pragmáticas que están directamente relacionadas con otros intereses, no precisamente filantrópicos. También creo, que hemos cambiado los métodos para eliminar a nuestro oponente. Ya no son balas, cuarteles, cuadrillas y golpistas. Ahora las formas son “comunicaciones masivas por redes”, “bodegas de descrédito”, “contratación de medios”, “amenazas veladas”, “infiltración de instituciones”, “juicios populares”, las herramientas utilizadas para asesinar moralmente a un oponente sin que se vean manos manchadas de sangre. Los nuevos métodos son crear matrices de opinión que generen en las huestes seguidoras la necesidad de sentirse realizados por juzgar y descalificar “inteligentemente” a quienes no piensen igual. ¿Qué otra cosas son los ejemplos de expresiones y narrativa creada, promovida y ampliamente aceptada, que divide y polariza las sociedades, que son de uso rutinario hoy en día?: “soy progresista, quien no piense como yo, no quiere el progreso”, “quien no piense como yo es un bandido”, “los ricos son malos”, “ser pobre es una virtud”, “ a los pobres no les gusta trabajar”, “quien no quiera la paz como yo digo, no quiere la paz”, “a quien no le guste una estrella más en la bandera, no es patriota”, “quien no crea que se debe cambiar la constitución es enemigo del pueblo”, “quien manifiesta descontento es un bandido”. Cualquiera leyendo estas expresiones puede pensar que son hasta absurdas. ¿Pero, acaso no son las que hoy se oyen en todos los medios y redes y forman parte de cualquier campaña normal? ¿Cuánto distan estas expresiones “normalmente utilizadas”, de que la sociedad, o al menos la mitad de ella, hoy acepte, promueva y parta de la base que quien no piense igual es enemigo?
¿Ese, podemos decir que es el marco de MADUREZ promisorio para que las sociedades que desean mejorar elijan sus autoridades y representantes?
Aceptar que las instituciones, (Corte Suprema, Fuerza pública, Órganos de control, Parlamento, Presidencia) son órganos inoperantes de los cuales desconfiar, ¿debe ser motivo de orgullo de una sociedad? En Colombia se ha llegado a un nivel de desconfianza del congreso de 75%. (Invamer febrero 2022) En Venezuela la asamblea fue electa con el 80% de abstención. En Peru el 79% de desaprobación del congreso (encuesta Ipsos julio 22). En USA la mitad del pueblo aparentemente está dispuesto según sus lideres, a creer que la otra mitad se robó las elecciones.
¿La proliferación de coaliciones (Uniones temporales) en cada elección en Suramérica, es un buen síntoma de la solidez de las creencias, valores y fundamentos de las agrupaciones?
¿Acaso soy pesimista?
¿Los intereses económicos, la retribución inmediata del esfuerzo y la satisfacción inmediata de los deseos, es el camino para crecer y mejorar como sociedad? ¿Es aceptable la “inversión filantrópica” que se hace para aplicar a una posición en el congreso, por un monto mucho mayor que la remuneración oficial a obtener en todo el período?
¿Acaso hoy las sociedades son más pragmáticas y le apuntan a resultados, sin tener mucho en cuenta los métodos? ¿Ese sentimiento es mutuo y cómplice entre la sociedad y sus lideres? ¿Caben los reclamos posteriores a los “filántropos” electos, por la distracción de recursos de todos?
¿Es aceptable, para una sociedad “madura” que la formación de las generaciones nuevas esté basada en estas prácticas?
¿Como forma una sociedad así de “madura” a sus nuevas generaciones? ¿Como garantiza su sostenibilidad y crecimiento como sociedad? ¿Cuánto tiempo toma formar y llevar a su madurez a una nueva generación? ¿No estamos dispuestos a invertir en esa formación? La solución es aniquilar, aunque no sea físicamente y con balas, ¿a quién opine diferente?
¿En qué punto, esa nueva generación también va a querer “cobrar” inmediatamente su esfuerzo y satisfacer inmediatamente sus deseos?
Mirando alrededor, se puede ver como nacen organizaciones políticas, con el deseo de cambiar el país y el mundo, pero siguiendo el libreto de cobrar por adelantado. El traje validador es como siempre apoyado en el léxico: Pragmatismo para la supuesta obtención de resultados lo más pronto posible. Revolución, la llaman algunos, aunque signifique terminar disminuyendo la necesidad de tener en cuenta el cómo, asociado a la cantidad de esfuerzo necesario, las líneas éticas y sacrificando sectores de la sociedad como “daños colaterales”.
¿El cambio mejorador significa no tener en cuenta el aprendizaje y analizar y evaluar antes de concretar la necesidad de rectificar y ajustar? ¿Por el contrario, el cambio lo que significa es seguir en una carrera sin fin de ensayo y error en cada oportunidad?
Invirtamos en la formación de nuestros lideres venideros. Apliquemos el esfuerzo necesario para que nuestros descendientes desde etapas tempranas sistemáticamente se informen, documenten, analicen, evalúen, midan, antes de juzgar y tomar decisiones y no sean caldo de cultivo para la siembra permanente de antivalores en búsqueda de resultados inmediatistas. Tengamos presente que aquellos a quienes formamos, son quienes nos dirigirán hacia el éxito o el fracaso. Nuestra estabilidad futura estará en sus manos. No importa el esfuerzo relativo que hayamos aplicado para tratar de asegurarnos un futuro. Recuérdalo cuando te sientes a compartir y analizar y discutir el mundo que te rodea, con tu circulo de allegados. Si no formamos buenos y “maduros” administradores, conscientes de invertir para progresar, experimentaremos que la capacidad de destrucción del ser humano es casi infinita. Ejemplos estamos viviendo, por haber tratado como pueblos cambiar súbitamente el momento del amanecer, en vez de esforzarnos en levantarnos más temprano para observar la salida del sol y disfrutarla.