Constitución de Brasil

Mi propiedad, nuestra prosperidad

JULIANA BRAVO – EL CANDIL – AÑO V – N° 240.-

¡Egoísta! No pocas veces, quienes adoptan los ideales de libertad como guía ética se encuentran con este comentario de quienes critican la defensa de la propiedad privada.

Armados con la creencia de que la defensa de este derecho descansa sobre los hombros de criaturas rapaces y perversas, estos detractores tratan de convencerse de que están frente a la guerra hobbesiana de todos contra todos.

Lo que parece olvidarse, sin embargo, es que la garantía de la propiedad privada está intrínsecamente ligada a la armonía social y funciona como la base de cualquier sociedad próspera.

Cada hombre es dueño de sí mismo. Es con esta premisa que John Locke argumentó que el concepto de propiedad también incluye la vida y la libertad. No es sorprendente que cuando Locke sostuvo que el propósito principal del Estado era proteger los derechos de propiedad, no se refiriera solo a los objetos materiales. Más bien, afirmó que el derecho fundamental a la propiedad es lo que permite al individuo disfrutar de los frutos de su trabajo en la búsqueda de la autopreservación y la felicidad.

El intento de alejar a las personas del derecho natural a la propiedad puede ser percibido peligrosamente en la Constitución brasileña.

La Carta Magna condiciona la propiedad al cumplimiento de una función social, figura que, bajo el argumento de un interés público relevante, hace legal la intervención del Estado en ella.

En otras palabras, el derecho a la propiedad, aquí en Brasil, está condicionado a lo que el gobierno entiende como un bien colectivo, incluso si el propósito contradice los deseos de su propietario.

Como enseñó Friedrich Hayek: «Antes de que podamos explicar por qué las personas cometen errores, primero debemos explicar por qué deberían tener razón».

A los calumniadores miopes de la propiedad privada, hay que explicarles que la diferencia entre pobreza y prosperidad es precisamente la garantía de la propiedad. Corea del Sur y Corea del Norte son vecinos que comparten similitudes culturales, geográficas y lingüísticas. Sin embargo, un surcoreano tiene un ingreso promedio hasta diecisiete veces mayor que el de un norcoreano.

La misma paradoja se podía observar entre Finlandia y Estonia, entonces parte de la Unión Soviética. El finlandés promedio ganaba hasta siete veces más que el estonio promedio. En común, Corea del Norte y Estonia, entonces soviética, se sometieron a regímenes que despreciaban la idea de la propiedad privada como un derecho individual.

Tanto la propiedad colectiva como la amenaza constante de depredación de la propiedad privada –incluso por parte del Estado, como en la constitución nacional– conducen a la sociedad por el camino opuesto de la prosperidad.

Esto se debe a que, sin una noción clara de «mío» y «tuyo», se pierde la base para llevar a cabo intercambios voluntarios. Al perjudicar estos intercambios, se afecta la formulación de precios que permitan a los agentes del mercado comparar y analizar el uso de recursos escasos. ¿El resultado? La falta de prospección de pérdidas y beneficios conduce a la inseguridad en cuanto a la asignación de inversiones en la mejora de estos recursos, lo que ahoga el desarrollo de nuevos mercados, que son esenciales para el crecimiento económico.

El uso peyorativo del término «egoísmo» para reducir a polvo a quienes luchan por la garantía de la propiedad privada solo debería asustar a sus críticos, después de todo, solo los fantasmas pueden existir sin la propiedad material. Y de fantasmas, bastan los que la historia no nos deja olvidar.

Juliana Bravo

Asociada II del Instituto Líderes del Mañana

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