ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO IV – N° 183.-
La necesidad del hombre de establecer un código moral en su vida se deriva del hecho insoslayable que constituye el tener que tomar decisiones a partir de las cuales determinará el rumbo de su senda de acciones.
Para poder decidir se necesita saber qué es lo más adecuado y, en consecuencia, lo menos adecuado para la consecución del fin que se persigue.
Tal principio presupone la existencia de un patrón de valor que será el punto de partida y guía para los procesos de razonamiento y decisión. Por ejemplo, cuando se decide comprar gasolina de un octanaje mayor que el de los otros ofrecidos en una gasolinera, es porque se sabe que ese producto será más beneficioso para el motor y rendimiento del mismo, siendo la vida útil del motor el patrón de valor de este caso.
Cuando se decide regar las plantas del jardín con agua limpia en lugar del agua utilizada para lavar la ropa, es porque se sabe que los elementos químicos del detergente utilizado pueden causar efectos nocivos en las plantas, siendo la vida de las plantas el patrón de valor al que se ha recurrido.
Cuando se prefiere consumir alimentos en buen estado en lugar de otros que no lo están, es porque se sabe que los primeros serán beneficiosos para la salud, mientras que los segundos pueden ocasionar un efecto opuesto, siendo la vida propia el patrón de valor en cuestión. Sea cual fuera el caso, la existencia de un patrón de valor como fundamento de la toma de decisiones es un hecho ineludible y totalmente necesario.
Los ejemplos mostrados no solo son una muestra de que el proceso de decisión presupone la existencia de un patrón de valor, sino que, además, presupone el hecho de que la existencia existe y de que sus componentes son reales.
Aunque parezca innecesario decirlo por ser algo obvio, en tiempos en los que hay una serie de corrientes de pensamiento que ponen en duda y hasta niegan la existencia de la existencia (un auténtico absurdo), así como otras que pretenden fundamentar su cuerpo moral y gnoseológico en la creencia nunca probada y metafísicamente imposible de entidades sobrenaturales, y otras más que parten de la relativización de la realidad y la moral para aseverar que «cada uno tiene su verdad» y así buscar justificar lo injustificable, similar finalidad como el de aquellas que aseguran que todo se encuentra predestinado y que nada se puede hacer contra ello, afirmar que la existencia de la existencia es, además de necesario, un acto de coraje ante la arremetida de la irracionalidad mística y colectivista que ya ha causado serios estragos en el campo de los conocimientos y la coexistencia en sociedad y que continuará haciéndolo mientras la respuesta siga siendo escasa, pasiva y silenciosa.
Una moralidad objetiva, basada en el reconocimiento de la realidad como única y absoluta, en el empleo de la recta razón, la impecable lógica y la vida como el patrón fundamental de valor, no solo es posible, sino necesaria, tanto para procurar lo mejor para la vida propia como para generar un mejor lugar en el cual podamos convivir pacíficamente con nuestros semejantes.
