VALORES – ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO IV – N° 157.
En días pasados conversando con un amigo sobre temas relacionados con el orden y el desempeño de las autoridades, recordábamos en algunos viajes cómo los miembros de las policías, el ejército y las guardias, eran motivo de orgullo y se constituían en atracciones para los turistas, sus despliegues, desfiles y puestas en escena mostrando a todos cómo la institución adoptaba una posición soportada en muchos casos solo por la superioridad de representar la fortaleza de la ley. Era una tradición como los “Bobbys”, policías ingleses, armados con un bastón imponían el orden solo con aparecerse en escena. Ay de quien se atreviera atentar o atacar un policía inglés. Si se habla de los ejércitos, en la mayor parte del mundo eran la admiración de los pueblos que los veían como los defensores de sus derechos contra cualquier agresión o abuso de un ente externo. Cuándo alguien osaba poner en duda el patriotismo y honor de cualquier miembro de esta élite ejemplo para la sociedad?
Hablábamos solo de la admiración por los representantes de las fuerzas militares? No, también en los viajes de turismo eran visita obligada las sedes de los parlamentos, donde se discutía y legislaba en un ambiente, por cierto de señorío y se pudiera decir de prosopopeya que se extendía hasta la indumentaria. Las cortes eran otro sitio donde en medio de la solemnidad se analizaban los casos y se emitían veredictos sesudos, por lo general inapelables basados en el rigor del estudio necesario para una correcta administración de la justicia.
Ni que decir de los organismos internacionales que se creaban para velar por la sana convivencia entre los pueblos basados en las leyes y en el poder que esas leyes y acuerdos internacionales concedían, y en la seriedad de los compromisos adoptados por todos los integrantes.
Pasando a cosas más serias, después de nuestra conversación sobre las atracciones turísticas basadas en la seriedad de las instituciones, pasamos a oír las declaraciones de un mandatario vecino sobre las finanzas de un antiguo país supuestamente rico por su producción petrolera. Se declaraba candidato al premio Nóbel de economía por sus logros en estrategias financieras y análisis macroeconómicos, sin dejar de lado la microeconomía popular de una sociedad cada vez más solvente y feliz al lograr un sustancial crecimiento del Producto Interno Bruto y exportación de alimentos, para neutralizar la inflación importada. Oyéndolo también, el hijo de mi colega emigrante debido a la crisis económica del pais en cuestión, nos preguntaba si el Producto Interno Bruto es la cantidad de productos no inteligentes, que produce un país?
Pensando en el vivo ejemplo anterior sobre la “capacidad” para ejercer cargos en beneficio de la sociedad que directa o indirectamente los elige, vienen a mi mente otros de igual o mayor impacto que se presentan en nuestros países: el mandatario que se presenta como presidente en entrenamiento y pide tiempo para aprender; el presidente del tribunal supremo de justicia que tiene juicios por violaciones graves a la ley; el fiscal anticorrupción que tenía un cartel con magistrados incluidos para vender sentencias; un decano parlamentario de 50 años ejerciendo esa labor, que hace préstamos para financiar la compra de votos de una candidata a ese parlamento; la corte que toma el caso de un personaje con pruebas flagrantes de delitos, para evitar que lo juzgue la justica normal, lo declara inocente a pesar de las pruebas y le permite escaparse a continuar delinquiendo; la parlamentaria que negociaba el aplazamiento de la liberación de secuestrados para su beneficio político; o el candidato a mandatario que dice que la solución es imprimir más dinero y “democratizar” la propiedad obligando a propietarios a vender; un primer mandatario regional que ataca y desautoriza completamente la policía bajo su mando comparándola con delincuentes; la presidente de una cámara del parlamento acusada formalmente de fraude en su acreditación; el presidente de un partido político de tradición y supuestas bases filosóficas que negocia tanto con la extrema izquierda como con la derecha el apoyo de sus supuestos votos, o la vicepresidenta que sabotea la labor de su presidente porque no la obedece, o el candidato que exculpa el secuestro de miembros del ejército, el incendio de sedes policiales y sedes gubernamentales, o el oficial de rango que ayuda a escapar un preso de alta peligrosidad bajo su custodia, o una parlamentaria que con su carnet obliga a la policía a liberar a un infractor capturado en flagrancia.
Todos ellos reflejan la supuesta “capacidad” para ejercer un cargo, aunque es bueno aclarar que a veces esa incapacidad viene dada por el nivel de conocimientos sobre temas esenciales como el económico, otras por intereses personales y otras por la orientación al delito. No bastan las buenas intenciones por si solas, sin conocimiento, ni el conocimiento profundo de un tema sin el respaldo de la honestidad, ni el conocimiento y las buenas intenciones sin la voluntad de subordinar los intereses personales a los de la comunidad a la cual se sirve. En cualquiera de los casos, esa incapacidad para ejercer las funciones, atenta contra la institucionalidad que requiere la sociedad para crecer.
Desde hace cierto tiempo se viene hablando de la “desconfianza” de nuestros pueblos en sus instituciones. Los ejemplos anteriores definitivamente no contribuyen para nada en su fortalecimiento. Un magistrado “malo”, un erudito deshonesto, o un ególatra ilustrado no son los servidores que nuestra sociedad necesita para conformar y representar sus instituciones.
¿Qué hacer para que nuestras sociedades empiecen a retomar la confianza en sus instituciones? Los representantes de esas figuras mencionadas deberían ser utilizadas y presentadas por nuestras sociedades como los mejores ejemplos de “antivalores”. Tal como se hace en algunos países que muestran al turismo los representantes de los cuales se sienten orgullosos, como sus policías, armadas, cortes y organizaciones, nuestros pueblos deberían utilizar los ejemplos de sus “antivalores” para que sean presentados y públicamente reconocidos también por los visitantes y evitar así su reincidencia. Sería una forma de aplicar la justicia por el daño que hacen, evitando la proliferación de esas figuras. Otro aprendizaje asociado sería la exposición de los resultados de las malas decisiones electorales, con lo cual nuestras sociedades también ganarían en su “formación” y aprendizaje político y de valores requeridos para progresar. No es solo mostrar en noticieros locales los resultados de encuestas de popularidad que por lo general quedan internamente y son olvidadas y fácilmente opacadas por el siguiente escándalo. Pareciera que es conveniente y efectivo exponer los resultados de los procesos de selección para mejorarlos.
¿Queremos recobrar la confianza en nuestras instituciones? Empecemos a hacer públicas con amplia divulgación y sentencias de “trabajo social” sirviendo como atractivos turísticos, las “enfermedades” de nuestras instituciones para lograr su cura. No basta con titulares e información en las redes, donde se pierdan y compitan con hechos intrascendente. Es conveniente establecer innovadores “Museos de la Incapacidad” para ejercer adecuadamente cargos públicos de relevancia. Allí se puede destacar el impacto de esa incapacidad y sus resultados negativos, contrastando públicamente las promesas con los resultados, planes con ejecuciones, historia con presente, como mecanismo para mantener viva la historia y evitar repetirla. Ya existen ejemplos de instalaciones físicas que sirven con su “atronador silencio” como sitios turísticos para no olvidar crímenes contra la humanidad. Difícil obtener resultados basados en sentencias de privación de libertad.

Parece menos costosa la decisión y más efectiva para evitar su repetición, el “condenar a los actores” a exponer sus casos en un “Museo de la Incapacidad”, de paso, con el producto de sus visitas, se podría financiar instituciones de formación en valores. ¿Ud. no pagaría su boleto para visitar el MUSEO DE LA INCAPACIDAD de un país al visitarlo?
BOGOTÁ – COLOMBIA.
