MARIAN L. TUPY – EL CANDIL – AÑO V – N° 225.-
La población mundial se ha multiplicado por ocho desde 1800, y el nivel de vida nunca ha sido tan alto.
A pesar del aumento del consumo, y en contra de las profecías de generaciones de maltusianos, el mundo no se ha quedado sin un solo metal o mineral. De hecho, en general los recursos se han abaratado en relación con los ingresos en los dos últimos siglos.
Incluso a mayor escala cósmica, los recursos bien podrían ser ilimitados. ¿Cómo puede una población creciente ampliar la abundancia de recursos? Algunas formas son bien conocidas.
Consideremos el aumento de la oferta. Cuando el precio de un recurso aumenta, la gente tiene un incentivo para encontrar nuevas fuentes. Los geólogos sólo han estudiado una pequeña parte de la corteza terrestre, por no hablar del fondo de los océanos.
A medida que mejoren las tecnologías de prospección y extracción, los geólogos e ingenieros llegarán más profundo, más rápido, más barato y de forma más limpia a minerales hasta ahora vírgenes.
El aumento de la eficiencia también contribuye a la abundancia de recursos. A finales de los años 50, una lata de aluminio pesaba cerca de 3 onzas. Hoy pesa menos de media onza. Esa menor masa representa un considerable ahorro medioambiental, energético y de materias primas.
Los incentivos del mercado motivaron a la gente a buscar oportunidades o nuevos conocimientos para reducir el costo de un insumo (aluminio) para producir un producto más barato (una lata de Coca-Cola). La mejora tecnológica impulsa un proceso continuo por el que podemos producir más con menos.
La innovación crea oportunidades de sustitución. Durante siglos, el esperma de ballena, una sustancia cerosa que se encuentra en la cabeza de los cachalotes, se utilizó para fabricar las velas que iluminaban los hogares. Mucho antes de que las ballenas se agotaran, nos pasamos a la electricidad.
¿Le preocupa disponer de litio suficiente para alimentar todos los vehículos eléctricos que circulan por las carreteras? Las baterías de iones de sodio de carga rápida ya están en el horizonte. Hay mucho más sodio que litio en la superficie de la Tierra o cerca de ella. Vivimos en una era de desmaterialización.
No hace mucho, todas las habitaciones de hotel de Estados Unidos estaban equipadas con un grueso cable de cobre azul para conectar el portátil del huésped a Internet. Hoy en día, los huéspedes utilizan Wi-Fi, sin necesidad de cables.
Del mismo modo, el smartphone ha minimizado, si no eliminado, la necesidad de calendarios, mapas, diccionarios y enciclopedias de papel, así como de radios de metal o plástico, cámaras, teléfonos, equipos de música, despertadores y demás.
Quizá se aprecie menos que, aparte de una minúscula cantidad de aluminio y titanio que hemos disparado al espacio exterior, todos nuestros recursos materiales siguen aquí en la Tierra.
Puede que se hayan «utilizado» enormes cantidades de acero para construir nuestros rascacielos, y de cobre en los cables eléctricos, pero todo ese metal podría recuperarse y reasignarse.
Durante la Segunda Guerra Mundial, 14.000 toneladas de plata del Depósito de Lingotes de West Point del Tesoro de Estados Unidos se convirtieron en alambre de plata para electroimanes como parte del Proyecto Manhattan.
Prácticamente toda la plata fue devuelta. El sentido común implica que, puesto que ningún recurso físico es infinito, la despensa acabará por quedarse vacía. Dado que el consumo es cada vez mayor, llegaremos a un nivel en el que todos los átomos útiles se incorporarán físicamente a objetos que hagan la vida agradable.
¿No se estancará el crecimiento económico o se invertirá por completo en ese punto? No se puede tener un crecimiento ilimitado en un planeta con un número finito de átomos. ¿O, ¿no?
Este argumento no tiene nada que ver con el problema real de los recursos. Invoca un futuro hipotético en el que extraemos elementos raros del núcleo de la Tierra y vaciamos sus océanos para mantener a miles de millones de seres humanos sedientos.
Se trata de un futuro tan lejano que no es relevante para ninguna política o planificación actual. Hoy, el cuello de botella no son los recursos físicos, sino el conocimiento de cómo utilizarlos en nuestro beneficio.
No sólo conocimientos teóricos, sino conocimientos prácticos de ingeniería. Tenemos que mejorarlos lo antes posible. Durante milenios, sabios y charlatanes soñaron con transmutar elementos. En 1919, el físico Ernest Rutherford logró la primera transmutación artificial al convertir el nitrógeno en oxígeno.
Hoy, la transmutación nos rodea. Los detectores de humo contienen americio, un elemento artificial producido por transmutación. Los físicos nucleares lograron la transmutación del plomo en oro hace décadas, aunque el proceso requiere demasiada energía para ser una alternativa viable a la minería.
Pero el costo de la energía está destinado a bajar. El sol es un reactor de fusión nuclear que transforma millones de toneladas de masa en energía cada segundo. Algún día podremos capturar toda la energía que queramos mediante paneles solares supereficientes.
La dificultad no será cosechar esa energía, sino deshacernos del calor residual irradiándolo al espacio. Puede que nos resulte más cómodo fabricar nuestros propios reactores de fusión.
Todos los elementos que se encuentran en la Tierra, salvo el hidrógeno y el helio, se fabricaron por transmutación en diversos tipos de estrellas. En un futuro lejano, podríamos utilizar la fusión artificial no sólo para obtener energía, sino también para la transmutación artificial, para fabricar los elementos que queramos.
Todo lo que necesitamos es energía abundante e hidrógeno, que abunda en el agua que cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra y es el elemento más común del universo.
Mucho antes de que los humanos hayamos extraído todos los átomos útiles de la corteza terrestre y los océanos, desarrollaremos la sofisticación tecnológica necesaria para obtener muchos más átomos y energía de asteroides, planetas y más allá.
En ese futuro, como siempre ha ocurrido, el único cuello de botella será el ritmo de creación de nuevos conocimientos. Y nada nos impide mejorar también ese ritmo. El conocimiento es el recurso por excelencia y su creación no tiene límites.
Este artículo fue publicado originalmente en The Wall Street Journal (Estados Unidos) el 20 de julio de 2023.
Marian L. Tupy
Analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.