Pedregal tiene sed

Mirela Quero de TrincaEl Candil Pedregalero – Año II – N° 69 – Domingo, 12 de julio 2020.

El estado Falcón es mayoritariamente árido y ha conocido épocas de grandes sequías. Son famosas por su gravedad las de 1912 y 1926. También por los años cuarenta y en los años 60 del siglo pasado, los pueblos de nuestro estado Falcón sufrieron grandes sequías.

Pedregal no es la excepción. El agua era y sigue siendo un bien escaso en Pedregal y en aquella época de mi niñez, su existencia dependía de las lluvias que alimentaban el Estanque ubicado en las afueras del pueblo. De allí era traída en burros por los fajineros y luego trasvasada a las pipas de metal que cada residencia tenía, para ser usada en la alimentación, aseo personal y lavado de la ropa. Directamente de la pipa, el agua se echaba en el tinajero que la filtraba y enfriaba; o se guardaba en la alta nevera de kerosén de la bodega de mi papá. No recuerdo que en casa de Mamachiche se hirviera el agua antes de consumirla. Tomábamos la que se destilaba en el tinajero.

Según recuerda mi papá, allá por los años 40`s y 50`s, era Isidoro el encargado de llenar las pipas de agua, a quien se le pagaba Bs. 30 mensual por traer el agua desde el estanque de Pedregal. Excepcionalmente, otras casas, con más espacio y mejores condiciones económicas de sus dueños, tenían un aljibe, especie de tanque gigante de cemento donde se recogía y conservaba el agua de lluvia que se canalizaba de los techos.

En Pedregal, la casa de Francisco José Ferrer era una de las pocas que tenían esta comodidad. Confusamente creo recordar haber visto un aljibe, no sé si en casa de mis padrinos Asunción y Nicolás Leal o en la casa de nuestros primos Jovita López de Riera y su esposo Fidias Riera; pero no estoy segura. Por favor, corríjanme si me equivoco.

Pero Pedregal siempre ha tenido sed. Mi mamá Toya, que nació y vivió en Santa Cruz hasta que se casó con mi papá, recordaba que cuando estaba chiquita, sufrió las penurias de una terrible y prolongada sequía, quizás por los años 30, que duró como cuatro años y marcó su vida.  Cuenta Toya:

… Fueron muy felices los años de mi infancia, desde que nací y vivíamos en Santa Cruz. ¡Si las hubieras visto! Que tierras tan buenas y generosas las de Santa Cruz. Eran tierras fértiles donde se cultivaba maíz, mijo, patillas, auyamas, quinchoncho, tapirama que es un frijol grande de color blanco; y un frijol rojo y grande de diferente sabor al que conocemos actualmente, que no me acuerdo como se llamaba. También se cultivaba melón, que tenía fama de indigesto porque se creía que tardaba 40 días en el estómago y por eso sólo se usaba para alimentar a los marranos.

Al principio vivimos en una casa pequeña de bahareque y techos de cañizo, nuestra Casa Vieja, hasta que yo tenía como nueve años y nos mudamos a nuestra nueva casa que Papalao construyó de adobes o bloques de tierra y a la que los vecinos comenzaron a llamar la Casa Grande y con ese nombre se quedó.

Allí también vivimos muy bien, con abundancia de todo tanto en la huerta como de ganado. Había tal abundancia, que teníamos un cuarto lleno de patillas donde con mis amiguitas de la escuela nos escondíamos a comerla; teníamos dos corrales grandes con 80 chivos que en la tarde salíamos a jopiar, gallinas, pavos y patos, varios marranos y seis o siete vacas que diariamente ordeñábamos y esa leche mi hermano Aníbal la llevaba a vender en Pedregal.

Papalao, como buen falconiano conocía muy bien las sequías que de tiempo en tiempo asolaban a Pedregal y a la mayor parte del estado Falcón. Así fue que, dentro de su huerta y algo alejado de la casa, construyó un gran estanque para almacenar el agua de lluvia del que nos surtíamos para todo uso y para regalar a todos los vecinos.

Pero un día llegó la sequía. Fueron cuatro o cinco años de verano en los que no llovió ni una gota, sin una sola nube que amortiguara el inclemente sol y el calor sofocante. El Estanque de Pedregal se secó y también se secó nuestro estanque de la Casa Grande que había ayudado a muchas familias, ya que Papalao regalaba una carga de agua a cualquiera que le pidiera. Hasta hubo una vez que la Chiche Quero, mi futura suegra, vino a pedir agua de nuestro estanque.

Pero por la sequía, también nuestro estanque se secó. La sequía era tan grande que subsistimos con el agua de casimba, que conseguíamos lejos, cada vez más lejos de Santa Cruz.

Todos los días, muy de madrugada salíamos hacía Troncón, una aldea de dos o tres casitas situada cerca de una quebrada. Allí escarbábamos la tierra del lecho de la quebrada y con las manos poco a poco íbamos recogiendo el agua terrosa que traíamos en tinajas o latas mantequeras sobre la cabeza. Era tan preciosa el agua así conseguida, que dejamos de bañarnos por varios días porque la usábamos sólo para beber.

Con la sequía se secaron los cultivos, los chivos se murieron de una enfermedad llamada el grito, porque pegaban un grito y caían muertos. Cada día, Papalao sacaba del corral seis o siete chivos muertos para quemarlos y tratar de evitar el contagio de la peste en el resto del rebaño. Esfuerzo inútil, porque todos murieron. Un día fuimos a ordeñar la única vaca que nos quedaba y la encontramos muerta.

Detrás de la sequía vino el hambre. No se conseguía nada para comer. El maíz lo traían de Puerto Rico, lo llamaban “el maíz de barco”, que llegaba podrido, con el corazón negro y así lo comíamos. Pasamos hambre por dos o tres meses. Hubo un día que a las tres de la tarde aún no habíamos tomado ni un pocillo de café.

Entonces, Papalao se fue a Pedregal y consiguió un poquito de maíz y a esa hora empezamos el largo proceso de hacer las arepas: hervir el maíz, molerlo a mano en la piedra de moler porque no teníamos molino y así, con esa masa machire hicimos las arepas, que casi a las seis de la tarde comimos sin nada, único alimento de aquel día triste.

Ahí fue que Papalao resolvió irse a Cabimas y durante casi ocho meses estuvo trabajando como obrero en las petroleras. Antes de partir, dejó arreglado con José Salima, comerciante árabe que tenía una bodega en Pedregal, para que nos fiara los víveres y mercancías que mi papá puntualmente mandaba a pagar con su sueldo petrolero. El trato se cerró como se hacía antes, sólo con la palabra de mi papá y sellado con un apretón de manos.

Algún tiempo después comenzó a llover de nuevo y el campo volvió a reverdecer. Con las lluvias regresó mi papá y recomenzó sus cultivos y nuevamente volvió la abundancia. El maíz, el famoso “maíz blanco de Pedregal”, se asoleaba en el patio y como siempre, a la gente que llegaba a pedir, Papalao les decía que entraran a la huerta y recogieran lo que necesitaran, ya fuera animal o vegetal. De nuevo la huerta floreció y se volvió a llenar el cuarto de las patillas, frutas que se regalaban, no sé si era porque no teníamos la costumbre de venderlas o porque en aquella época no eran productos comerciables.

PAPELON CON LIMON

Tanta sequía me dio sed y me recordó que cuando llegaba la época calurosa acostumbrábamos a tomar Papelón con Limón o más frecuentemente, mi mamá hacía limonada de un solo limón, licuado con su concha para que alcanzara para los 8 muchachos.

Según mis recuerdos, esta bebida la tomábamos cuando ya vivíamos en el Campo Shell de la península de Paraguaná. No recuerdo si en Pedregal la tomábamos, pero es muy posible que así fuera, ya que esta bebida refrescante y alimenticia es conocida con diferentes nombres en todo el continente americano y el Caribe pero los ingredientes son los mismos; agua, papelón y limón.

El papelón se produce por toda América y recibe varios nombres: “Rapadura” en Brasil. “Raspadura” en Panamá, “Piloncillo” en México, “Chancaca” en Bolivia y Chile, “Tapa de dulce” en Costa Rica, “Atao de dulce” en Nicaragua, y “Papelón” en el Caribe.

En Venezuela, tenemos el papelón, que es un producto dulce, de color oscuro y forma troncocónica, obtenido en el procesamiento de la caña de azúcar. Cuando es más refinado, de color más claro y de forma cuadrada, se llama panela.

La receta del papelón con limón es muy básica ya que se hace endulzando con papelón rallado, una porción de agua a la que se agrega el jugo de varios limones. Según el clima, se toma fría o caliente.

MI RECETA:

Hay otra variante que prefiero por ser más adecuada para aguas no tan puras ni confiables. Consiste en hervir agua y dejar disolver un pedazo de papelón entero, no rallado, para que tarde más su cocción. El propósito de este procedimiento es el de hervir el agua mientras se hace el almíbar. Cuando ya está disuelto se apaga el fuego y se agrega el jugo de varios limones recién exprimidos.

Se enfría y al servir se puede aromatizar con hojas de hierbabuena o menta y algunas ruedas finas de limón.

Las cantidades de los ingredientes dependen de la cantidad de personas y del gusto dulce y ácido que preferimos.

Monterrey-Estado de Nuevo León-México

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