ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO IV – N° 190.-
Siempre he sido un firme creyente de la importancia de la curiosidad como motor de aprendizaje. En alguna oportunidad me he atrevido a escribir algo sobre la necesidad de mantener ese motor en los individuos desde su infancia. Es factor clave además de un reto, para quien tenemos la responsabilidad de ayudar en su formación y orientación, hacer todo el esfuerzo necesario para estar a la altura y no evadir o frustrar esos deseos de aprender que se ponen de manifiesto en las preguntas. A veces ese reto es realmente difícil. Responder todas sus inquietudes no es fácil a medida que crecen.
La semana pasada pude experimentar una vez más esa dificultad. En esta oportunidad se hizo evidente en una conversación con un jovencito de 11 años, a raíz de su inquietud sobre el comportamiento animal. Se han popularizado en las redes algunos videos mostrando situaciones con las mascotas, que ilustran comportamientos inclusive aparentemente superiores, al de los seres racionales. Desde algunas que demuestran sentimientos, hasta otras en las que casi que prueban conocimientos o atención más allá de las expectativas. Son famosos algunos animales que presuntamente prueban la capacidad de predecir el futuro a través de acciones de selección de resultados de competencias futuras.
El niño quería respuestas sobre la inteligencia de los animales y en su deducción lógica, la comparación con los seres humanos.
Su pregunta concreta: ¿son más inteligentes los animales que los seres humanos?
Análisis de hechos notorios en especies, como regresar a reproducirse al sitio donde nacieron, viajes de miles de kilómetros volando, caminando o nadando en determinadas estaciones cada año, cacería en equipo para procurarse el alimento de la manada, distribución de roles para lograr el objetivo de la supervivencia diaria, esquemas de selección del líder, recursivos e ingeniosos esquemas para protección de sus crías, entrenamiento formal a las crías, defensa grupal organizada de las crías… fueron todos ellos objeto del intercambio, como soporte de la capacidad de raciocinio aparente de los animales. Por otro lado, tratar de entender conceptos asociados a instintos, programación genética, acción y reacción, capacidad de adaptación al medio ambiente, aprendizaje por intentos sucesivos, el objetivo o carnada como disparador de acciones, mutaciones como ajustes a largo plazo de las especies, también fueron aspectos interesantes de la charla con el niño.
Tópico muy interesante fue el relacionado con las estampidas como reacción de la manada a partir del temor, ante peligros reconocidos por el sistema sensorial. Las estampidas son una reacción miedosa. Con el fin de preservar la vida ante señales de inminente peligro, los animales no atentan “conscientemente» contra su vida o la de la manada. El “suicidio” con la connotación que tiene en el léxico refiriéndose a los humanos, se basa en el entendimiento de la mortalidad y es la anticipación voluntaria de esa mortalidad, como una solución a una situación dada o imaginada. En los animales lo máximo probado es la alteración del accionar producto del estrés que pueden experimentar. Atacar al amo, morir en la actividad reproductiva, hacerse daño ante el peligro, servir de alimento a las crías, vararse en aguas poco profundas como las ballenas, no se enmarca dentro del concepto humano de suicidio como la anticipación consciente de la mortalidad. En los animales no se ha comprobado científicamente la comprensión del concepto mortalidad y por tanto no es posible afirmar de la anticipación voluntaria de esa mortalidad. El análisis, la controversia sobre el “suicidio” animal continúa y probablemente nunca se llegue a un acuerdo que solucione la situación de consciencia o racionalidad y no de reacción, en los casos de muerte voluntaria.
Sin embargo, aunque un poco compleja la conversación, hasta aquí no habíamos abordado la parte difícil de la pregunta.
La parte difícil de la pregunta venía en la comparación con los seres humanos. ¿Se pueden considerar más inteligentes que los animales, con los hechos casi inexplicables en que se ven envueltos, a pesar de su racionalidad? Los seres humanos se ven envueltos en riesgo inminente de muerte, aparentemente sin desearla, con acciones voluntarias de exposición consciente al peligro de desaparecer por experimentar sensaciones asociadas a placer o gusto momentáneo.
Ya casi estamos acostumbrados y hasta pagamos por ver acciones “profesionales” de exposición al peligro como en las acrobacias, deportes extremos o experimentos calculados a cierto nivel de riesgo. Aprendizaje con entrenamientos riesgosos como el asociado a exploraciones o profesiones peligrosas, forman parte de la vida diaria de seres humanos.
Lo que no suena tan comprensible, aunque lo estamos viendo cada vez más, es participar activamente en actividades mortalmente peligrosas por placer.
Llenar una instalación cerrada más allá de su capacidad, hacinarse a disfrutar un espectáculo en un callejón o recinto cerrado y sin salidas de emergencia, manejo de sustancias peligrosas como fuego, explosivos, productos químicos, utilizar alegremente armas de fuego, conducir bajo la influencia de drogas… pudieran catalogarse como apuestas poniendo en juego la vida, solo por placer y excitación de los sentidos, ¿aunque sin deseo o intención de morir? ¿Como se entiende? ¿Dónde queda la racionalidad? ¿La inteligencia?
¿Será que el rico y manipulable léxico siempre puede acudir en auxilio para ayudar a los seres humanos a describir en forma sucinta, casi que hiperbólica, con una o dos palabras, comportamientos prácticamente inexplicables?
Términos como Liberar Adrenalina, Vivir Experiencias, Nuevas Sensaciones, suenan o se utilizan como justificativos y racionalizadores del envolverse en situaciones irracionales. Sin embargo, siendo más objetivo e inocente posiblemente como es el caso de un niño con su lógica y curiosidad, cómo responderle cuando te induce a pensar ¿cuándo y cómo emplear términos como honestidad, irresponsabilidad o inteligencia?
¿No es más honesto reconocerle a los jóvenes en formación, que cualquier animal da más muestras de inteligencia que un ser humano irresponsable que lanza a su familia, o a terceros aparte de a sí mismo, a riesgos de muerte por el solo placer de “sentir la adrenalina”, “vivir experiencias” o “nuevas sensaciones” y luego lo denomina un simple acto de “imprudencia”?
Creo que, así como debemos promover la curiosidad como motor del aprendizaje, nuestras respuestas a las inquietudes de los jóvenes en formación deben ser lo más honestas, ilustrativas y claras posibles para que aprendan a llamar las cosas por su nombre y así sean menos proclives a aceptar descripciones edulcorantes y tendenciosas, y convertirse en cómplices por omisión de actos irracionales y adoptar como líderes a quienes aceptan y hasta promueven esos actos irracionales
Aceptemos la conclusión que hacía implícitamente el niño curioso de nuestra conversación: quienes cometen actos irracionales, son seres irracionales, no inteligentes.
Al ayudar a la formación de nuestras nuevas generaciones mantengamos presente sin bajar la guardia, que aceptar el liderazgo de un irracional convierte al seguidor en uno más de ellos, aumentando así las probabilidades de acabar con la sociedad. No les dejemos a los descendientes la dudosa herencia de entender como normales, actos irracionales. Consolidemos nuestro reclamo de ser seres racionales, actuando como tales.