ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO V – N° 249.-
En el contexto circunscrito por los sentimientos de afecto que sienten y demuestran unas personas por otras, no hay lugar a debate cuando se afirma que el amor es el principal de entre ellos. Sea que se trate del amor parental, es decir, el que profesan los padres por sus hijos; el amor fraternal, entre hermanos (y, en cierta medida, entre amigos, aunque etimológicamente no corresponda la expresión); el amor filial, entre integrantes de una familia; o el amor romántico, aquel que es exclusivo de una pareja (no puede existir el amor romántico entre tres o más personas), todas y cada una de esas formas de amor representan la manifestación más alta de valoración en sus respectivos contextos.
Sin embargo, hay un aspecto clave que, tristemente, muchas veces es evadido, especialmente por quienes se encuentran entre el grupo en referencia, que son las personas que alegan profesar amor por su pareja, por sus hijos, por sus familiares, o por cualquier otra persona, hasta por animales, pero que, a pesar de todo ese amor por el cual algunos se esmeran con la finalidad de deslumbrar a los demás con sus demostraciones, no empiezan por amar a la primera persona por la cual tendrían que empezar: ellos mismos.
Una persona que se desvive en palabras y acciones, no para demostrar realmente que aman a la persona por la cual hacen todo eso, sino para tratar de evitar que esta los deje, o bien para ganarse la admiración de gente a la que, en el fondo, no le interesa nada de lo que diga o haga, es alguien que evidentemente no tiene amor propio; y, por supuesto, tampoco ama a quien dice que ama.
El amor que una persona siente conscientemente por su persona es base y requisito para poder amar a los demás. Al carecer de esto, inconscientemente buscará suplir esa falta por medio del apego y, en ocasiones, la obsesión por tener a alguien a su lado. Peor aun es cuando ese tipo de personas meramente busca satisfacer sus deseos carnales, puesto que muchas veces recurren a la hipocresía, la manipulación y, consecuentemente, la mentira, con tal de convencer a la otra persona para así aplacar su apetito sexual.
A gente como la descrita, poco o nada les importa ocasionar dolor a sus semejantes, lo que incluye a quienes aparentan amar, pero que únicamente emplean como medios para materializar sus caprichos irracionales. De ello que la práctica de la infidelidad sea tan común entre parejas con este perfil, esto en virtud de que no existe un solo atisbo de amor. Si la situación fuese la opuesta, no habría espacio siquiera para pensar en la traición a la persona que se ama.
Hay quienes puedan alegar que lo anterior suena poco realista y que sí es posible que existan parejas realmente enamoradas las cuales, tras un tiempo, terminen como consecuencia de actos de deslealtad y similares. Lo cierto es que todos esos casos no son más que los de gente que creyó que así era, quizá por lo vívido e intenso que en un inicio (y hasta pasados años) pareció y se sintió todo, o porque las circunstancias en las que la relación se dio así les dieron pie a imaginarlo.
En ese sentido, es fundamental tener presente que no es lo que una persona demuestra en determinados (y convenientes) momentos, sino los principios que le llevan a actuar de esa forma, y la integridad que hacia esos principios demuestra en el largo plazo. Esto no excluye a aquellas parejas que han formado familias y llevan décadas juntas, pues también es cierto que muchas de ellas, por cuestiones de crianza y formación, propias del contexto social y familiar en el que crecieron y se formaron, han continuado juntas y formado sus familias porque creen que se trata de una suerte de deber.
No hay nada más perjudicial para las vidas de quienes integran una pareja que el obligarse a continuar con tradiciones sin sentido al lado de personas cuyo amor se esfumó con la misma facilidad con la que las semillas de un diente de león salen despedidas ante el arremeter de los vientos. Y, claro está, a quienes más se afecta, en el caso de parejas de este tipo que han formado familias, son sus hijos, los cuales pagan por las malas decisiones de sus padres, creciendo en ambientes sumamente tóxicos para su formación integral, formándose, a la larga, traumas que terminan por afectar negativamente sus vidas, especialmente en su etapa adulta. Si la familia es la célula básica de la sociedad, ¿cómo se puede esperar tener una sociedad sana cuando sigue proliferándose la formación de familias que están quebradas desde su nacimiento?
Quien no ha aprendido a valorar su vida y tomar consciencia real de su importancia, nunca podrá amar a nadie, sin importar cuánto se esfuerce por demostrar lo contrario.
Enfoque Liberal
Concebido con el objetivo de difundir las ideas liberales en los distintos campos que rigen la vida del hombre, tales como la Economía, la Política, la Ética y la vida en sociedad. Las publicaciones que se realizan en esta página se basan en el conocimiento adquirido del estudio del Liberalismo Clásico, el Objetivismo y la Escuela Austríaca de Economía.