Santos, bandidos y kamikazes

ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO VI – N° 255.-


Esta semana, por encima de lo que viene siendo ya casi que normal sobre la situación económica y política de cerca de 80 millones de ciudadanos latinoamericanos, se presentaron un par de hechos que para nada ayudan a la estabilidad de la región y a la sana convivencia. Un gobernante latinoamericano que se declara demócrata está muy molesto por la injerencia en los asuntos de su pueblo, por parte de otros países que manifiestan algo de “preocupación” porque, coincidencialmente, la mayoría de los ayudantes de un opositor político con mucho apoyo popular, son detenidos. Algunos lograron salvarse asilándose en una embajada. 

Otro gobernante, que desea cambiar su país (y el universo) y que se declara demócrata, está recorriéndolo en campaña, para convocar al pueblo a desconocer, en la calle, las instituciones que no le obedezcan aprobando sus deseos de “tomar para administrar” los ahorros privados de los ciudadanos para su pensión o salud.

Un tercer mandatario, también fiel predicador de no aceptar la injerencia de otros en su país, se pronunció hace unas semanas en contra del pueblo argentino por haber elegido como primer mandatario a alguien que no debían, según su “objetivo” criterio.

¿Estaremos progresando en acercamiento regional? Cada vez hay más cosas que nos unen o…. que nos separan?

A nivel interno en los países, la situación no es nada diferente. Cada elección tiene la sombra de ser irregular por el proceso, los abusos en la campaña, el uso de dineros calientes o la manipulación de las instituciones.    

Recordemos cómo anteriormente se establecían con esfuerzo, grandes acuerdos entre grupos (Partidos políticos) con diferencias conceptuales o programáticas acerca del manejo de un país. Probablemente era el camino del funcionamiento de una representatividad que, sobre todo, buscaba la administración de un país, sin sobresaltos asociados a la agresividad, y concibiendo la ley y el orden como pilar. Esos acuerdos adoptaron en algunos casos, la alternancia en el poder, como mecanismo para evitar confrontaciones que podían ser fratricidas, dirigidas por “caudillos” con una concepción del poder, basada en la fuerza para la imposición de condiciones al otro.

Ese esquema fue cambiando poco a poco, ante la impaciencia por supuestos resultados inmediatos, soluciones en algunos casos, a problemas complejos como la dificultad topográfica, las creencias religiosas, las tradiciones, o el analfabetismo.

Con la educación poco a poco los problemas se fueron transformando. Empezó a haber mayor capacidad de discernimiento, más información, más puntos de discrepancia sobre la forma de abordar problemas y también mayor inquietud por la rapidez de resultados palpables y cuestionamiento al orden y su basamento.

¿Se empezaba a salir el niño impaciente?

Tienen que entender que yo no puedo esperar tanto tiempo a que me vuelva a tocar el turno…

¿Si todos somos iguales porqué tengo que esperar que el otro gobierne o tome las decisiones? ¿Solo porque lo dicen las reglas?

Pues cambio las reglas.

Los acuerdos nacionales, entre partidos fuertes, basados en principios y concepciones claras sobre la gobernabilidad y el orden, aglutinaban a la mayor parte de la población. Eran cuerpos colegiados que no propiciaban la montonera, buscaban controlarla, pero no eliminaban por completo el concepto que especialmente en nuestra región, forma parte inherente a la cultura: el caudillo como jefe. 

Es quien impone su voluntad a pesar de estar errado, sin quien ose disputarle ese derecho de decidir por todos, so pena de ser declarado desleal. Si alguien quiere disputarle ese derecho, debe convertirse en disidente creando su propia “manada”.  Con las consecuencias posibles.

Esos acuerdos, aunque cumplieron un propósito, devinieron en la creación de múltiples “manadas” para abrir espacios en “forma civilizada” a los múltiples aspirantes a caudillo. Empezaron a surgir “partidos”. Agrupaciones que se aglutinaban supuestamente alrededor de algunos principios rectores, pero que en la realidad eran asociaciones circunstanciales que tomaban como excusa cualquier discrepancia en algún tópico, o proyecto específico y hasta creencia religiosa, para solicitar su reconocimiento como tal. La proliferación de nombres, siglas, símbolos y escudos y banderas hasta hacerlas casi que risibles, lo mismo que la proliferación de candidatos, que ahora se cuentan por miles, para los cargos de elección, son una ilustración del fenómeno en que se convirtieron los acuerdos nacionales. En esta forma se viene satisfaciendo la necesidad de mantener el caudillismo (ahora múltiple), especialmente disfrazado de liderazgo positivo, como valor importante para la gobernabilidad de nuestras sociedades. El pueblo necesita caudillos y los aspirantes a serlo necesitan pueblo.

Esa proliferación de manadas, la mayoría de ellas circunstanciales y efímeras, sin mucho fundamento y sostenibilidad, generan el fenómeno contrario al deseado. El pueblo se atomiza, los acuerdos son cada vez más volátiles. Los “comandados” cada vez tienen menos cosas en común y por tanto los planes y propósitos son cada vez más difíciles de concretar en proyectos exitosos.

En ese deseo de mantener sus manadas, los pretendidos caudillos, cultivan y mantienen en sus grupos, la necesidad de identificarse incondicionalmente con quienes los dirigen (Los Santos) y señalar a quienes los controvierten (los Bandidos).

Pareciera que cada vez con menos cosas en común, se llega a que al final, lo único que los une es un etéreo nacionalismo, o regionalismo, alrededor de fronteras reales o imaginarias porque cada uno tiene su propio Santo y sus Bandidos.

¿Los políticos como supuestos lideres representantes de comunidades están ayudando a establecer normas de sana convivencia entre las diferencias? O.. por el contrario están sembrando la polarización, el odio y el revanchismo entre quienes tienen puntos de divergencia y por tanto tienen que pertenecer a manadas diferentes?

Cada vez en los foros internacionales, especialmente donde participan importantes factores económicos, se ve el desarrollo tecnológico con gran esperanza ante los problemas del mundo. Los retos son grandes:  la energía, el cambio climático, la disminución de la tasa de natalidad y sustitución de la población. En cada caso se puede ver con optimismo la ayuda que la tecnología puede aportar para la prolongación de la especie humana. Los mecanismos que ponen a disposición en forma masiva la información y el conocimiento, el procesamiento, equipos e inteligencia artificial que pone a disposición la capacidad de análisis masivo de data, la sustitución cada vez mayor de la operación manual por mecanismos automatizados, los descubrimientos científicos para prolongar la vida y la prevención de enfermedades,    los avances en genética y la producción de alimentos, son solo algunas de las fortalezas que la sociedad está demostrando, y que permiten un grado de optimismo.

¿Hasta qué grado la tecnología puede ayudar a modificar el comportamiento humano, en términos de sumar esfuerzos en forma sostenida alrededor de acuerdos duraderos y propósitos firmes, para superar los problemas a mediano y largo plazo, fijándose prioridades en comunidades con intereses inmediatos y circunstancias diferentes según la región y el momento?

¿Podremos integrar la sociedad en un mundo donde todos los países y “paisitos y paisotes” se declaran soberanos, aunque no se puedan alimentar o vivir en paz, dentro de su gran mundo solo definido por sus “soberanas” fronteras?

Es urgente formar una verdadera clase política. No carente de intereses personales. Los intereses personales, son inherentes al ser humano, como animal y como racional, ya que es lo que le induce a esforzarse para satisfacer sus necesidades.

Las sociedades no pueden estar sustentadas por individuos que, como herramientas, presionados por un pretendido deber, se conviertan en KAMIKASES dispuestos a morir y matar a sus BANDIDOS para gloria de sus SANTOS.

Se necesita formar una clase política y un pueblo (¿Revolucionario?) que comprenda que no hay avance, mientras el funcionamiento de la sociedad, no se fundamente en la búsqueda por cada uno, de la forma de satisfacer sus necesidades, aportando algo. Entender que eso no es pecado.

Probablemente debemos empezar a cambiar cierta forma de entender algunas palabras y asignarles otro valor o significado. ¿Habrá llegado la hora de cambiarle el significado a la palabra “ambición”?   ¿Podemos darnos el lujo de seguir creyendo que un mundo sin ambición es posible? ¿Seguir creyendo que para que el mundo funcione, todos debemos ser santos y nadie (a excepción de los caudillos) puede ser santo, si tiene ambición?

Será una utopía definir el concepto de ciudadano como aquel que luche, trabaje, tenga ambición, se forme propósitos, sea Empresario u Obrero, Rico o Pobre, ¿sin ser un Bandido o un Santo?

Sin este concepto claro, probablemente ni la inteligencia artificial podrá hacer el trabajo, porque la veríamos como Santa o Demonio y no como herramienta.

El arranque para esa Utopía es empezar a formar a la niñez en el concepto del beneficio común asociado al esfuerzo. Es decir, que entiendan desde niños que, si suman esfuerzos para obtener resultados, pueden ser retribuidos y vivir mejor, sin avergonzarse por crear empresa generando valor. 



Álvaro Ramírez

Ingeniero Industrial con entrenamiento en USA, England, Holland, UCLA, Penn State y Michigan.  Gerente de logística de bienes y servicios operaciones y proyectos en Shell de Venezuela, Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), Petroquímica de Venezuela, S.A. (PEQUIVEN), BARIVEN, y Canadian Oíl Company de Colombia. SEO PROCURAMOS, proyectos, consultoría y asesoramiento internacional.


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One comment

  1. Interesante la publicación del ING.Alvaro Ramirez en su abordaje sobre la situación imperante en América Latina , lo que se espera de los ciudadanos si realmente esperamos ver cambios sustanciales. Definitivamente la pelota estará del lado de quien lidere promoviendo el desarrollo, el cambio de mentalidad acorde con la globalizacion y las estrategias que para ello deban asumir.
    Saludos, felicidades a El Candil

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