EL CANDIL – AÑO III – N° 133.
Es usual que los opositores del libre mercado se refieran al sector privado con una connotación negativa dado que consideran a sus agentes económicos como gente motivada por la avaricia, en clara referencia a los grandes empresarios. Lo que no consideran es que el sector privado no es exclusivo de esos grandes empresarios.
Esencialmente todo aquel agente económico que no trabaje para el estado es parte del sector privado. Desde el pequeño emprendedor hasta el rico magnate dueño de una transnacional, todos son agentes económicos privados.
Y el mercado no es más que el conjunto de procesos de intercambio entre oferentes y consumidores, el cual se regula principalmente por la dinámica de la oferta y la demanda, además de otros factores. Por supuesto, el mercado puede fallar en algunos puntos, pero este mismo, a través de sus participantes y procesos, es capaz de autorregularse y lograr cierta estabilidad. Esto es algo que los enemigos de la libertad de mercado no entienden y por lo que tanto abogan por la intervención estatal, como si un puñado de burócratas desde oficinas centrales pudiera llevar mejor las cosas que la propia gente especializada en cada rubro del mercado. El típicamente arrogante pensamiento del opositor del libre mercado contempla a dichos burócratas como una suerte de seres cuasi omniscientes con una sabiduría y capacidad de gestión tal que, en una conclusión evidentemente ridícula, termina endiosando al «Estado todopoderoso» mientras que demoniza al hombre de negocios. Es esta gente la que considera a los productores y consumidores como personas necesitadas de una dirección, la cual ellos pueden proporcionarles. Lo irónico de estos curiosos personajes es que suelen autopercibirse como «adalides del pueblo», al mismo tiempo que contemplan en tan baja estima al individuo promedio que terminan por concebirlo como un ser incapaz de tomar decisiones por sí mismo, razón por la cual imponen cuotas de intervención en el mercado, aunque su real motivación siempre sea el control sobre la gente.
Ser opositor del libre mercado no es ser enemigo de los grandes empresarios, sino de la gente misma.
El estatista cree que el liberal no es solidario y lo tilda de indiferente al dolor ajeno debido a que se opone al asistencialismo gubernamental. Lo que no comprende el estatista es que tomar el dinero de unos para dárselo a otros, ni es un acto solidario ni es una acción virtuosa. La solidaridad implica voluntad para ayudar, pero no puede hablarse de un acto voluntario cuando los fondos son empleados sin el consentimiento de sus aportantes. Se da por tácito el hecho de que todos están de acuerdo en virtud de que ayudar al necesitado se considera un acto noble, pero se ignora la inmoralidad que conlleva pretender ser solidario con dinero ajeno, además de la imposibilidad de un consenso absoluto de parte de los contribuyentes.
Ser liberal y ser solidario no es una contradicción. Por el contrario, son dos hechos completamente compatibles dado que, para ser liberal, necesariamente hay que ser proclive hacia el respeto de la voluntad ajena, lo cual no solo se circunscribe a quien va a aportar los fondos, sino también a quien se pretende ayudar.
Un recordatorio que nunca está de más:
Los derechos no constituyen garantías que obligan al Estado a otorgar aquellos bienes y servicios que una persona necesita, lo que implica utilizar fondos financiados por terceros, sino que son única y exclusivamente libertades para actuar y ganar lo que se necesita, sin que en el proceso se socave los derechos de alguien más, al mismo tiempo que establecen límites en el campo de la acción humana, tanto para uno con respecto a los demás y viceversa. Tener un derecho no significa que, por el hecho de ser una persona y, por ende, necesitar alimento, vivienda, vestimenta, salud, educación y empleo, alguien más tenga que costearlo. Es responsabilidad de uno el esforzarse para satisfacer las necesidades e intereses propios. En este contexto, es válido tanto ayudar como solicitar ayuda, pero tal apoyo pierde validez cuando se va en contra de la voluntad de quien ayuda. La caridad efectuada con el dinero de alguien más a quien no se ha consultado si está de acuerdo, nunca podrá ser un acto virtuoso ni moral.