JULIO CÉSAR ARREAZA – EL CANDIL – AÑO IV – N° 174.-
Después del rotundo fracaso del interinato surgido- constitucionalmente- en 2019, al haber desperdiciado, por su falta de grandeza, la oportunidad de oro de ponerle término a la corporación criminal que tiene asolado al país, lo más natural es que surjan voces disidentes, en la que nos inscribimos.
Es el derecho natural, humano y político que tenemos los ciudadanos de proceder, conforme a nuestra conciencia histórica, en los asuntos públicos de nuestro país. Y de no hipotecarnos indefinidamente a una falsa unidad que sostenidamente rema hacia sus intereses particulares y crematísticos. No nos vengan ahora con el cliché de la anti política a quienes hemos militado en partidos y estamos persuadidos de su papel fundamental en los sistemas democráticos de procurar la mediación entre los ciudadanos y el Estado. En un país, con cierto grado de civismo, los políticos que fracasan se ponen de lado y dan oportunidad a otros. No solo la alternabilidad ha sido cancelada por la dictadura perversa sino también, en otro nivel, por aquella dirigencia que se obstina en ostentar una representación que perdió hace rato.
La peor destrucción nacional es ética y espiritual. El mal anda suelto y provoca líderes confundidos. Hay una crisis de representación derivada de la crisis de confianza generalizada en el estamento político, que se traduce en el ambiente de antipolítico prevaleciente. La convocatoria de la “opolaboración” es cero.
Se habla con insistencia de la fiesta electoral hacia finales de 2024. No vemos, todavía, las reglas y mecanismos de selección del candidato opositor. Se presenta otra oportunidad para la grandeza política de ofrecer condiciones transparentes que motiven una amplia participación, que generen entusiasmo, confianza y legitimidad; sin que el G4, como siempre, se apropie de todo el proceso. Muchos no se prestarán a respaldar la pantomima de un enorme fraude.
La ruptura vociferada ha sido solo retórica cuando en los hechos la “opolaboración” acude a legitimar al estatus quo: la corporación criminal. Creemos en la reconquista del voto, pero no en las simulaciones de un liderazgo agotado envuelto en el círculo vicioso de Súperbigote: negociación-diálogo-falsas elecciones.
Concluimos con el gran estadista Vaclac Havel: “La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulta”.
Aspiramos a una dirección política con los pies en la tierra y centrada en ponerle término a la usurpación. Que entienda a la gente, sepa interpretarla y proporcione una ruta clara. Esto no es demasiado.
¡Libertad para Javier Tarazona! ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!