ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO VI – N° 256.-
En estos días hablando con un colega sobre el impacto del conocimiento en los esquemas de toma de decisión de cualquier ámbito, tanto público como privado y de índole masivo o individual, llegábamos a la conclusión de cuán difícil es evaluar los méritos de los individuos por sus conocimientos. Es común cuando se trata de hacerlo, utilizar herramientas como las pruebas académicas o las certificaciones emitidas por autoridades competentes, dando fe de determinada capacidad a evaluar.
Con la premisa del valor del conocimiento sobre alguna materia, su grado o nivel se ha venido utilizando como elemento “objetivo” medible, y con ello forma de comparación, para asignarle a alguien una responsabilidad.
Como consecuencia de querer utilizar como mecanismo de selección, la comparación del nivel de conocimiento, muchos cargos tanto en empresas privadas como organismos públicos establecen como requisito, el poder mostrar ciertas credenciales o avales, producto de pruebas o procesos de aprendizaje. En muchas instituciones, esas pruebas son llevadas a cabo con rigores asociados a no compartir con otros participantes o acudir a ayudas puntuales.
Poco a poco, y producto de la necesidad de los seres humanos de satisfacer sus necesidades y deseos, el conocimiento se ha ido convirtiendo como un bien de propiedad privada, que le coloca en un escalafón donde al compararse con otros puede pretender mostrar que: Yo sí sé y tu no, o… Yo sí puedo y tu no, o… Yo sí tengo y tu no.
Hoy en día sería un necio, creo yo, quien se atreviese a invalidar el poder del conocimiento. Se ha hablado de “la revolución del conocimiento”, de “el conocimiento te hará libre”, “el conocimiento es la escalera al éxito”, “la mayor riqueza es el conocimiento”, “quien no sabe es como quien no ve”. Frases comunes que ilustran con pretendida fortaleza motivacional, la necesidad de promover su extensión a todos los seres humanos, como herramienta preciada para su supervivencia.
Se entiende entonces que el reto para las sociedades es promover en todos sus miembros el mayor nivel de conocimiento posible en todas las áreas y así asegurar mejores decisiones, con mayores probabilidades de éxito.
En ese objetivo que parece ser común en todas las sociedades, se presenta ahora un elemento adicional. Ya se viene luchando por mejorar los mecanismos de evaluación, por evitar los atajos y fraudes en los avales y certificaciones y lograr democratizar en la mejor forma posible, los medios de divulgación para incrementar su alcance. El nuevo aspecto para considerar, es el impacto de la tecnología en esa masificación del conocimiento.
Los mecanismos de divulgación masiva y manejo y procesamiento de data, y que forman parte del círculo virtuoso de valorar el conocimiento, están poniendo cada vez más información y resultados de investigaciones y análisis de hechos, al alcance de quien simplemente posea un celular. Se presenta entonces el dilema de COMO evaluar o certificar ese conocimiento. ¿Será posible que sigamos utilizando los mismos mecanismos de pruebas, exámenes, a nivel personal y de número de patentes o número de profesionales con nivel de doctorado en un país región o agrupación, para demostrar que ese país es avanzado o está a la cabeza en el progreso de su sociedad? Guardando las distancias y sin pretender descalificar, ¿cómo clasifico una sociedad donde se presenten mecanismos de evasión, estafa, corrupción, o fraudes financieros refinados? Es decir, donde haya mejor conocimiento de como violar los derechos de otros. ¿Cómo catalogar un país donde sus mandatarios desarrollan mecanismos altamente calificados de manejo de las masas para mantenerlas en la pobreza y así evitar que se conviertan en “burgueses” o deseen tener el nivel de vida de un país desarrollado según lo han manifestado públicamente?
Creo que se nos está presentando un problema adicional con la tecnología, como en muchas áreas de la convivencia humana. El reto de adaptar nuestros sistemas para relacionarnos.
Probablemente y reconozco que es ser un poco ambicioso, el reto no es ya por mucho tiempo, la masificación de la información y el conocimiento. Tampoco las herramientas utilizadas para transmitir y educar. Como la cereza que adorna el pastel hoy, la inteligencia artificial, al alcance de quien tenga un teléfono, le puede suministrar a quien se lo solicite desde su tableta, cualquier información, análisis, o descripción de un proceso, simplemente con preguntárselo. Desde cómo hacer un avioncito de papel hasta cómo hacer un cohete.
Creo que el reto es, decidir cuál va a ser nuestra actitud como sociedad e individualmente, ante la disponibilidad de la información al alcance de un teléfono con poco o mínimo esfuerzo para obtenerla. ¿Continuaremos haciendo pruebas y exámenes donde los participantes no se copien del vecino? ¿Continuaremos luchando contra el plagio o el “cut and paste” si ahora la máquina me puede entregar un análisis “personalizado” inédito, para presentarlo?
Esta semana observe a un niño de unos 5 años de edad, entrando a su clase de artes marciales y, muy acorde con los sistemas de captación de data, se presentó ante una tableta donde tenía que introducir su información, como requisito para registrar su presencia. Lo observé para ver a quien acudía por ayuda, para asistirlo. Para mi sorpresa, el niño tenía el conocimiento para registrarse sin saber leer o escribir. Le dictó su nombre y apellido a la máquina, que procesó su ingreso.
¿Cuál va a ser nuestra actitud ante la facilidad de tener acceso al conocimiento?
No creo que abunden los cursos para manejar un teléfono, que te permite comunicarte, alterar tu fotografía, además de medir tus signos vitales, comprobar tu huella y comunicarte con cualquier parte del mundo y llevarte a donde necesites sin hablar la lengua o conocer el camino. ¿Diseñamos y dictamos esos cursos y le exigimos a los participantes que no se copien, como muestra de su conocimiento? Dudo que tengan éxito, cuando ya todo el mundo sabe, que en esta materia, todos y cada uno se convierten en instructor de su pariente o amigo cercano, para compartir lo que descubre y aprende de otros, en una cadena sin fin de beneficio mutuo. Todo el mundo comparte con orgullo su conocimiento.
¿Tenemos duda de cuánta gente y con que “nivel educativo” utiliza el celular? ¿Cuál es el incentivo para aprender? Que le es muy útil. Ya casi no puede vivir sin el. Los diseñadores también, obteniendo beneficio de la demanda, cada vez desarrollan aplicaciones que satisfagan más fácilmente el apetito de sus consumidores. ES NEGOCIO y a muy corto plazo. ¿Cuándo podremos convertir el conocimiento en un negocio a corto plazo, además del asociado con los celulares? Cuando empecemos a adoptar la actitud, que solo confiando en los objetivos y beneficios comunes podremos progresar. Entre más compartamos y sumemos conocimientos más obtenemos todos. Con el conocimiento, el beneficio, el todo, es mayor que la suma de las partes. Es negocio asociarse. Es negocio crear confianza, es negocio no traicionar esa confianza, es negocio y a muy corto plazo, que las sociedades estén prestas a trabajar conjuntamente por objetivos comunes, que se esfuercen en definir elementos del desarrollo y progreso.
El problema está dejando de ser la disponibilidad del conocimiento. El problema es la actitud frente al conocimiento. Si la actitud de los individuos es sabotear lo que no sea fruto de su esfuerzo y análisis porque es el único que tiene el conocimiento, muy pronte se dará cuenta de cuánto ignora por no incorporar a otros.
Recuerdo un comentario jocoso que teníamos en un equipo de trabajo, cuando alguien trataba de imponer su “conocimiento” sobre algo sin tener en cuenta otros aportes. La pregunta que le hacíamos era: “no se puede porque es NIH (Not invented here)?
El ser humano necesita el reconocimiento. El ser humano debe recibir recompensa por su esfuerzo. Sin embargo, cada día es más difícil obtener resultados favorables con esfuerzos aislados, individuales o contrarrestando esfuerzos de otro donde uno gana y el otro pierde. Los resultados exitosos por lo general son aquellos que suman esfuerzo, porque presentan resultados. Esfuerzos sin resultados no son negocio, no producen dividendos. Esfuerzos con resultados producen dividendos distribuibles entre quienes suman el esfuerzo.
Creo que el problema cada vez más se está centrando en la actitud ante el conocimiento y hasta cierto punto, la habilidad para seleccionar las herramientas y los socios adecuados a cada situación.
Sumemos y enseñemos a nuestros descendientes, que sumar conocimientos produce más resultados distribuibles. El esfuerzo por desarrollar conocimiento se ve mejor retribuido cuando da resultados que son favorablemente recibidos por las comunidades. No dividamos antes de sumar. Aprendamos como lo dice la lógica, a sumar para luego dividir.
Álvaro Ramírez
Ingeniero Industrial con entrenamiento en USA, England, Holland, UCLA, Penn State y Michigan. Gerente de logística de bienes y servicios operaciones y proyectos en Shell de Venezuela, Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), Petroquímica de Venezuela, S.A. (PEQUIVEN), BARIVEN, y Canadian Oíl Company de Colombia. SEO PROCURAMOS, proyectos, consultoría y asesoramiento internacional.